Black Mirror y la pesadilla de no estar

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El peor lugar. Black Mirror siempre habló de la soledad, de ese lugar donde no queremos estar. Por eso es la mejor serie distópica de este tiempo: porque nos lleva al peor escenario de nuestra mente. Nos enfrenta a imaginarnos ahí donde las pesadillas a veces nos dejan tirados nadando contra nosotros mismos. Pero el último capítulo, White Christmas (quepueden bajar acá), va más allá, cuando llega a una opción de horror en la época de la total conexión de las redes sociales: los humanos son capaces de bloquear humanos.

El gadget es simple: la gente tiene cámaras en los ojos y unos aparatitos que permiten apuntar a otra persona y bloquearla. Es decir, impedir que sus ojos vean a otro, que eligió no ser visto. La tecnología logra algo que ¿quién no quiso hacer?: dejar al otro congelado, sacarse la presencia de alguien por un rato. Solo que ahora puede ser para siempre. Una persona herida, una madre que no quiere que un padre vea al hijo. Chau, no estás más. Tírense alcohol en una herida recién hecha y les va a doler menos que eso.

Estás pero no estás. Si en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos el olvido era sanador porque era completo, porque la persona desaparecía de todos lados, incluso de los recuerdos, en Black Mirror es perturbador porque sabemos que la persona sigue estando, que otros la ven, la sienten y la escuchan, pero nosotros no. Es una pesadilla clásica de la identidad, la misma que viven quienes pierden a alguien pero no pueden ir a visitarlo, a llevarle flores. Para seguir adelante, necesitamos enterrar, olvidar, o recordar, pero sabiendo que hicimos lo posible, que dejamos ir, o que nos dejaron, pero tuvimos esa última charla que necesitábamos. Sino, la idea, la persona, el recuerdo, siempre vuelve.

Te quiero ver, por favor. En la era de las redes sociales, de las conexiones sociales, del chat permanente, donde todos podemos saber qué hace el otro porque lo vemos, porque está en el chat, porque dejó las notificaciones activadas para que lo vieran, no estar se volvió extraño. Pero también un derecho. Para mí, el derecho a no ser visto existe, y tenemos que reclamarlo, aún cuando otros nos reclamen estar. “¿Por qué desactivaste las notificaciones, por qué el Whatsapp no me avisa si leíste mis mensajes” Porque no quiero. “Ah, pero entonces no podés ver qué hace el otro”. No, no me interesa. “Ahhh”. La conversación fue real. Y normal, porque demuestra que si necesitamos ver a los otros es porque también necesitamos que nos vean. Pero es un loop, una adicción, un engaño de que ver es igual a estar. Y no, no es igual.

Existe lo que puede perderse. Con la proliferación de apps donde estamos, conversamos y nos encontramos, tenemos más posibilidades de conectarnos. Pero también nos exponemos a un gran riesgo: estar y que nos ignoren. Estar hablando y que de repente no te hablen. Esperar una respuesta y que no llegue (como alguna vez dije, la ansiedad, junto con el esnobismo, son los males de la época. Combinados, se las rifo). Esperar lleva a suponer por qué, si el otro está ahí, no está para vos. A veces, incluso, me pregunto si no será justamente esa posibilidad de estar todo el tiempo la que hace que practicar la ignorancia sea un arma de defensa. Lo decía después de ver el capítulo:

tweet natalia

 

Diferencias. Hay una diferencia grande entre ignorar porque uno es, simplemente, mala persona, perverso o complicado, e ignorar para reclamar los espacios propios. Una cosa es dejar al otro colgado y cortar una conversación. Otra es irse de una conversación porque no se puede estar en todos los lugares a la vez. Lo primero es estupidez, ego, esnobismo. Lo segundo es amor: uno puede estar en pocos lugares a la vez para ser bueno, para querer bien, para dar a uno o a otros lo que merecen.

Buscar el equilibrio, no la inteligencia. Siempre me gustó -y me acuerdo de memoria- una frase de Fabián Casas que, explicando cómo se llega a captar una Voz Extraña, una especie de estado máximo de la creación, da un consejo:

“encontrarse con la Voz Extraña no es como respirar sino como ser respirado. No la podemos llamar, pero si podemos propiciarla vaciando nuestro canal. ¿Cómo se hace esto? Bajando el ego hasta el mínimo, liberándonos de los apegos que nos esclavizan y volviéndonos inaccesibles. Hay que buscar el equilibrio, no la inteligencia. Y todo esto se logra con disciplina”

Esa idea, propia del budismo, siempre me pareció fabulosa, y es como un mantra que practico en mi vida, una forma que trato de llevar adelante. Y también es algo que, a medida que el constante retumbar de la conexión permanente y las redes sociales se hacen tan omnipresente, cuando logro llevar a la práctica, me hace feliz. Ser quien uno es es elegir dónde quiere uno estar. Para eso a veces hay que ser inaccesible y a veces no. Es vaciarnos de ego para estar bien donde queremos estar, para dejar entrar nuevas ideas. Y otras veces es rodearnos de gente para aprender de otros, para dar y recibir amor, sabiduría, ideas nuevas.

Ser o no ser esclavos. En un momento del mismo capítulo de Black Mirror, el personaje de John Hamm inserta a una pequeña “fotocopia” de una chica adentro del cerebro de esa misma chica. La copia se vuelve una esclava de ella: le pone la música que le gusta, le hace las tostadas en su punto ideal de crocantez, le prepara su agenda del día. Es su geisha. Pero, al final, es ella misma, complaciendo todos sus deseos egocéntricos, frívolos, solitarios. Es una esclava de su necesidad de que todo sea lindo. A veces, las redes sociales me parecen eso: un mundo de gente que nos tiene que decir que todo es hermoso, rutilante, zarpado, o que trata con ironía todo lo que duele, porque no puede soportar la tristeza o tolerar lo distinto. Entonces, somos esclavos. Quedamos adentro de ese mundo y lo único que hacemos es confirmar la distopía de la soledad, donde podemos ser bloqueados y entonces no ser.

Elegir. Una vez, una entrevistada muy inteligente, me dijo que nunca tenemos que “dejar de reclamar la serendipia”, esa capacidad de encontrar ideas o cosas nuevas por casualidad, sin estar buscando nada. Cuando veo que los mundos de ego y soledad se hacen muy presentes, recuerdo esa idea y pienso en algo parecido: hay que reclamar estar, pero estar donde queremos. Elegir no ignorar a los otros ni que nos ignoren. Pero para que eso pase, siempre tenemos que reclamarnos a nosotros algo más importante: elegir y que no elijan por nosotros.

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