Conectar Igualdad: Negocio mata futuro

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En el país que premia los emprendedores y la meritocracia, el Gobierno desmantela Conectar Igualdad y deja a las futuras generaciones sin la principal herramienta de progreso social: la computadora. El rol de Microsoft.

En la era Cambiemos, fundar una startup y volverse emprendedor es crecer la Nación. Si en la bisagra entre el siglo XIX y el XX pasar de campesino a profesional era la meta, si en el siglo pasado tener un trabajo estable y una obra social era el modelo, los gurúes políticos de nuestra época nos dicen que crecer se trata de la libertad: trabajar donde y cuando queramos, ser nuestros propio jefe, trascender la relación de dependencia y practicar la “economía creativa”. Lo dijo Macri: “Seamos un país de 40 millones de emprendedores” y pobló de funcionarios con sueños de Sillicon Valley a sus gabinetes.

En este sueño de país formado de empresarios en zapatillas, las empresas tecnológicas son el ícono del éxito. Los cuentos de Steve Jobs y Mark Zuckerberg, de sus garajes y universidades a cotizar en bolsa, son los faros del desarrollo. La tecnología alimenta el mito: no sólo representa el éxito de hoy, sino el del mañana. Sin embargo, al tiempo que se privilegia este modelo (frente a, por ejemplo, una verdulería de barrio o una pyme que produce carteras), el mismo Gobierno está cerrando la herramienta más poderosa que pueden tener las generaciones futuras para conseguir su ascenso social: el programa Conectar Igualdad, que en los últimos 5 años entregó más de 5 millones de computadoras a niños y adolescentes de todo el país (y fue reconocido por Naciones Unidas como uno de los planes más importantes de inclusión de jóvenes en el mundo).
La contradicción es evidente: si algo necesita cualquier niño o adolescente para construirse un futuro (ya ni siquiera un futuro “mejor”, sino simplemente un futuro posible) es una computadora y un acceso a internet. Quitarle esa herramienta es condenarlo a empezar el camino desde el fondo del mar, mientras otros –los que nacen con una computadora en su casa- lo inician con un barco en marcha, en un día soleado y sin tormenta a la vista.

Decisiones

En 2008, cuando Conectar Igualdad todavía no era una foto que se veía en las escuelas, las plazas o los colectivos de la Argentina, Uruguay ya tenía el Plan Ceibal. De paseo por la Ciudad Vieja de Montevideo, un barrio modesto y gris, las netbooks verde flúo de los chicos sentados en los portales de los conventillos se veían a lo lejos, repetidas en cada cuadra. Mientras, en nuestro país, se debatía a qué proveedor comprar y la decisión tardaba. No era un debate menor, sino político: los fabricantes de las máquinas para los programas OLPC (una computadora por niño, por sus siglas en inglés) y los de sus software (con Microsoft a la cabeza) luchan y hacen lobby por ese mercado de niños, que si empiezan a utilizar sus marcas desde pequeños, luego lo harán de por vida. Y pagarán.

Finalmente, en 2010 Cristina Fernández de Kirchner inicio el programa a nivel nacional. Fue masivo, al entregar las computadoras en primer año de primaria y secundaria, para que los alumnos y maestros ya las tuvieran durante todo el camino escolar. También fue parte de un programa de inclusión: las netbooks se mantenían desbloqueadas mientras los chicos no faltaran a la escuela, como otra forma de garantizar la continuidad en las aulas. Fue, sobre todo, el plan más efectivo de reducción de la primera brecha digital que tienen y tendrán que sortear todas las generaciones para ser parte del mundo: contar una computadora y acceder a internet. Además de eso, el Programa instaló y puso en marcha aulas rodantes, generó contenidos para cada materia en las netbooks y capacitó maestros, y ofreció soporte técnico en las escuelas de todo el país.

Pero Conectar Igualdad fue más allá, y no sólo “dio” y puso en marcha las máquinas, sino que luego también desarrolló para ellas Huayra GNU/Linux, un sistema operativo propio, libre y nacional, con el que podían utilizarse también cada netbook (a partir de un doble booteo, o arranque de la compu). Lo usarán o decidieran optar por Windows, la decisión implicaba que los chicos argentinos supieran que había opciones de software por fuera de las corporaciones, y al menos supieran cómo se utilizaba.

Otras decisiones

Sin embargo, con el nuevo Gobierno –el de los emprendedores y el futuro- el Programa comenzó a desmantelarse. En marzo, se despidió al equipo central del ministerio de Educación que, a través de 70 personas, coordinaba Conectar Igualdad a nivel nacional. También, se dejaron sin funciones a mil trabajadores del plan en las provincias, con lo cual se frenó la entrega de las seiscientas mil computadoras que ya estaban compradas (a once proveedores distintos a través de una licitación) desde 2015 para ser repartidas en el inicio del ciclo lectivo 2016. En paralelo, el ministro Esteban Bullrich transfirió la continuidad del plan a cada provincia: es decir, dejó que cada una tome la decisión de invertir o no en su seguimiento (retomando la política una política de descentralización no acompañada de recursos que ya se aplicó en la educación en la década del 90).

Sin computadoras repartidas en el primer semestre del año, las consecuencias llegaron: los consejos deliberantes de distintas ciudades se hicieron pedidos de informes a las autoridades para saber dónde están las computadoras, en otras provincias y pueblos se cortaron rutas frente a las escuelas, en las redes sociales de Conectar Igualdad maestros, padres y alumnos piden que alguien vaya a desbloquear las netbooks porque no pueden estudiar. La polémica también revivió prejuicios: “los chicos sólo usan las computadoras para jugar”, “las capacitaciones no eran suficientes para los maestros”, “las netbooks no tenían conexión”, se leía en otros comentarios. En otros, más extremos, también se celebraba el fin del Programa porque las computadoras eran herramientas ideológicas del gobierno anterior.

El negocio

La gestión de Cambiemos comenzó su relación con Microsoft en 2013, cuando el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires ingresó a la “Alianza por la Educación”, promovida por la empresa de Bill Gates y firmado en Argentina por Andrés Ibarra, entonces ministro de modernización de la Ciudad de Buenos Aires y hoy en ese cargo en el país. A principios de 2016, cuando el presidente Macri viajó al foro económico de Davos, la relación con Microsoft volvió a estrecharse en la reunión que mantuvo con su CEO, Satya Nadella. Este ingeniero le ofreció al líder del PRO el programa “Shape The Future”, que consiste en paquetes de software educativo para diez millones de alumnos y programas de capacitación online para un millón de docentes. La tentación quedó servida para que el Gobierno y el ministerio de Educación accedan a desplazar el software libre de Huayra producido en Argentina y adopten definitivamente los productos de la gran empresa tecnológica en todo el país (se sabe: la condición de Microsoft es dominar el mercado, sin competencia).

En tecnología, las corporaciones aplican al pie de la letra un viejo dicho de barrio: “El primero te lo regalan, el segundo te lo cobran”. En el progresivo desmantelamiento de Conectar Igualdad, el rol de Microsoft y su cercanía a Cambiemos es claro. El negocio de la corporación de Gates (el hombre más rico del mundo según Forbes) es la venta de licencias de software. Para lograr estos negocios, la estrategia tiene dos tácticas esenciales: la primera, estar cerca del poder político, que decide las compras gubernamentales; la segunda, eliminar la competencia, a través de un trabajo dedicado de lobby que incluye no sólo llegar a los funcionarios sino también ocupar espacios en las universidades, con académicos que destacan las ventajas de las “soluciones Microsoft” en la educación. En el camino, el Estado pierde no solo la capacidad de sus recursos técnicos en generar programas alternativos y se vuelve dependiente de tecnologías de corporaciones multinacionales, sino que también entrega datos sensibles del Estado nacional (y sus ciudadanos) a empresas –como la de Gates- confirmadas de cooperar con los gobiernos para espiar a sus usuarios.

(Publicado en revista Brando – Junio 2016)

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