Internet podría ser un caos, pero no lo es. Funciona gracias a una serie de reglas definidas mundialmente por una comunidad de ingenieros. Este año, se reunieron por primera vez en Buenos Aires. Quiénes son los latinoamericanos que están construyendo la red del futuro.
Con más de 3.000 millones de personas conectadas en cada punto del mundo, enviando y recibiendo información desde computadoras y celulares, pero también desde televisores y autos, internet podría ser un caos, pero no lo es. La Red, el sistema nervioso de la humanidad, sigue creciendo y conecta cada vez más objetos pero sin colapsar. Los cables no se cruzan; los datos llegan a destino; la información se divide en paquetes, viaja desde varios sitios del GPS planetario y vuelve a unirse. ¿Magia? No, ingeniería y protocolos complejos. Hombres y máquinas cooperando en el mayor invento planetario de la Historia.
Tras los años de la Guerra Fría –cuando la corporación militar, las universidades y algunas empresas desarrollaron internet–, la Red comenzó a extenderse masivamente para llegar no solo a las grandes oficinas, sino también a las aulas y a las casas de la gente; fue vital la creación de un idioma común. Al expandirse, internet precisaba lenguajes que todos compartieran, más allá de su ubicación en el mundo.
En 1983, los ingenieros de software Vint Cerf y Bob Kahn crearon el protocolo TCP/IP, que se convirtió en el idioma de la Red, el código común con el que todavía hoy intercambian información bajo una serie de estándares que permiten que computadoras y dispositivos de distintos fabricantes, con distintos sistemas operativos, se comuniquen entre sí y dialoguen. El cambio fue decisivo: las computadoras no solo podían conectarse, sino charlar entre sí. Mientras tanto, cada una podía decidir, haciendo al sistema más horizontal. Tres años después, en 1986, se estableció la Fuerza de Tareas de Ingeniería para Internet (IETF, por sus siglas en inglés), una organización que desde entonces reúne cada nuevo estándar que la Red suma para su funcionamiento. Esas normas se conocen en la industria como RFC (Request for Comments) y se publican para toda la comunidad de internet desde que ella misma existe, es decir, desde 1969. Son su ley y se van sumando en su “Constitución”: nadie puede no usarlos, porque si eso sucediera, entonces la Red colapsaría. Dos de los protocolos más importantes son, por ejemplo, el RFC 791 o “protocolo IP”, que les da a los datos números de ubicación para que siempre sepan adónde llegar, y el RFC 2616 o “protocolo HTTP”, que les da seguridad a las transferencias de datos en internet y fue escrito por Tim Berners-Lee en 1989.
EL DREAM TEAM
Pero como la Red es el gran invento planetario de la humanidad y sus usuarios son miles de millones, las reglas para su funcionamiento no surgen en solitario. Al contrario, son producto de un proceso ultracooperativo que, en cada caso, demanda mucho tiempo hasta terminarse (cada regla precisa una certeza total, ya que luego la utilizará todo el planeta). La IETF coordina alrededor del mundo ese proceso. Lo hace a través de grupos de trabajo remotos, donde participan ingenieros de todos los países posibles, que luego se ven las caras en varias reuniones anuales. La primera, en 1986, se hizo en San Diego, California. Y este año, en el cumpleaños 30 de la IETF, Buenos Aires fue por primera vez sede de un encuentro, organizado por Internet Society, otra institución de ingenieros de internet mundial, y Lacnic, el registro de direcciones de internet para América latina.
En los pasillos de un hotel lujoso en Puerto Madero, caminar por una reunión de los ingenieros de la matrix es sumergirse en una mezcla de película de hotel de Las Vegas y un college de nerds a lo Hogwarts. Los aires californianos de pelo largo, barbas canosas, remeras gigantes con símbolos de universidades y camperas deportivas dominan las reuniones, donde todos los asistentes (muchos de ellos enviados por grandes empresas de la industria como Cisco, Microsoft, Siemens o Ericsson) participan con sus propuestas para avanzar en las nuevas reglas de internet. También predominan los asiáticos, de pantalones caqui, anteojos livianos y chombas entalladas. Las que no imperan son las mujeres, 113 entre los 1.265 participantes de Buenos Aires, es decir, un 9 % del total. Pero, aun así, van ganando peso en cada encuentro, se animan a disputar el liderazgo en las reuniones, y son respetadas por el resto de la comunidad. ¿Quiénes son los que forman este dream team mundial de la Red? Aquí, el perfil de tres representantes latinoamericanos: dos argentinos y una colombiana.
FERNANDO GONT
Tiene 36 años
Nació en Haedo
Vive en Ramos Mejía
Es Investigador en Seguridad en S16 Networks
Gont está trabajando en un problema que se repite en internet hace 30 años pero que todavía no tiene solución: cómo asignar correctamente los números de internet sin que revele la identidad del objeto que se conecta. La cuestión representa un problema de seguridad de comunicaciones, el tema de especialidad de Fernando, otro representante de la generación de niños que entraron en el mundo de la computación en los 80 (en su caso, con una Commodore) y aprendieron las primeras líneas de código en Basic. Para él, que nació sin la obligación de la conexión permanente, mantener el anonimato en la Red es un derecho vital que busca conservar a partir de su trabajo técnico y su participación en la IETF, donde este año presentó su investigación y posibles soluciones.
La privacidad, para Gont, todavía importa. Para preservarla, él piensa desde la mente de un atacante, de alguien que quiere interferir en la comunicación de otro. “Cuando ese atacante busca sistemas, es como si jugara a la batalla naval: prueba una y otra vez con distintas direcciones. El problema es que con la estructura actual de las direcciones de internet, le estamos dando algunas ventajas. Es como que le dijéramos que solo tenemos barcos en los recuadros pares. Bueno, yo lo que busco es que el sistema no sea tan predecible pero al mismo tiempo funcione, para que no sea vulnerable”. En su lucha, Gont es un salmón que avanza contra la corriente de un sistema que hace tres décadas arrastra esa falla. Pero él lo sigue intentando, en su tiempo libre, para que algún día se solucione.
Además de participar en la IETF, Gont (maradoniano y católico creyente, como se autodefine) es parte del Centro de Estudios de Informática de la Universidad Tecnológica Nacional y trabaja en consultoría de redes y seguridad para una empresa a través de la que da capacitaciones en Europa varias veces al año. Eslovenia y Alemania fueron sus últimos destinos, y reconoce que allí el interés por la seguridad informática es todavía mucho más alto que acá. También fue contratado por el Gobierno de Inglaterra, al que llegó de la manera más argentina posible: “Un día, por hobby, mientras trabajaba en un empresa de electrónica naval en Buenos Aires, encontré un problema de seguridad en uno de sus protocolos y se los reporté. Me contrataron y estuve con ellos entre 2005 y 2012”.
Su historia, la del self-made man que creció contra los obstáculos, empezó de chico. Su mamá escondía el triple para enchufar la computadora, la pantalla y el teclado, para que él no se pasara toda la noche frente al aparato. “Yo igual seguía: le robaba un cuaderno a mi hermana y escribía lo que quería hacer. Y en el secundario iba a un curso horrible de computación en el barrio solo para poder usar las computadoras en las horas de práctica. Enseñaban Pascal, cosas estúpidas, pero a mí me interesaban los virus y cómo se infectaban las máquinas”.
MARÍA INÉS ROBLES
Tiene 25 años
Nació en Mendoza
Vive en Finlandia
Es Ingeniera en Sistemas por la UTN / Investigadora en Ericsson
A los 25 años, Robles es la única mujer latinoamericana a cargo de un grupo de trabajo de la IETF. Mendocina, egresada de la UTN, vive en Finlandia, donde está haciendo un posgrado sobre internet de las cosas y trabaja para Ericsson. Robles ya es reconocida: “En los últimos años, fue la ingeniera con mayor exposición en toda la comunidad. Tiene un futuro promisorio, puede hacer lo que quiera, le van a ofrecer todos los trabajos que ella quiera”, dice Christian O’Flaherty, de Internet Society. Su cercanía a la cordillera hizo que las primeras “cosas” que Robles conectó a internet fueran plantas, en los bosques, al pie de las montañas, para que los biólogos pudieran recibir información de ellas y hacer estudios y seguimientos. “Fuimos a El Chaltén, al glaciar Del Toro y al Huemul, con biólogos del Conicet de Mendoza, y los ayudamos a conectar las lengas a unos dispositivos para transmitir a bajas temperaturas, con lluvia o con hielo”.
De los glaciares a su vida actual en un país escandinavo, la temperatura no cambió tanto, pero sí su experiencia del mundo, que empezó cuando a los 14 años se fue con una beca a Alemania y hoy continúa en una empresa sueca internacionalmente conocida por liderazgo en “objetos inteligentes” que se conectan a la Red. Robles vive rodeada de ingenieros de todo el mundo, pero recuerda, a cada momento, su paso por la universidad pública argentina: “Yo le debo toda mi base a la UTN, a mis profesores. No siempre fue fácil, me rechazaron a becas, pero yo siempre tuve claro algo: ¿quiero plata o conocimiento? Siempre elegí el conocimiento, y eso me llevó adonde estoy hoy”. María Inés, además, le agradece a su clase de natación diaria, que la mantiene vital luego de largas horas entre cuentas y cálculos abstractos y días que empiezan y terminan de noche, con unas pocas horas de luz.
Además de su juventud y su origen de país austral, Robles reconoce que el mundo de ingenieros es muy masculino, aunque no machista. “Los ingenieros no son machistas. Simplemente no hay muchas mujeres, entonces cuando aparece una no saben muy bien cómo hablarle”, explica ella. Y agrega: “En realidad, yo lo veo como todos los problemas que me toca resolver; para saber tratarnos, tienen que tener más información. Creo que cuanto más nos conozcan, mejor van a tratarnos”.
SANDRA CÉSPEDES
Tiene 34 años
Nació en Bogotá
Vive en Chile
Es Doctora en Ingeniería Eléctrica y Computación / Profesora de la Universidad de Chile
Sandra Céspedes es un modelo de la generación de curiosos de la tecnología que nació a principios de los 80: aprendió programación en la escuela, con Basics y Logo, tuvo su primera Pentium 486 en 1991, se conectó a internet cuando entró a la universidad y chateó por primera vez en una ventana de ICQ. “Me anoté en ingeniería telemática, una mezcla entre electrónica y computación, para entender las redes de comunicación”, dice desde Santiago, unos días después de la reunión cumbre, donde se mudó hace dos años, con trabajo en la Universidad de Chile.
En su país, Céspedes recorrió todo el camino de internet: desde trabajar en un proveedor instalando equipos y diseñando redes hasta probar servicios de DNS (el sistema que identifica los equipos en internet y permite localizarlos mundialmente), y como profesora de laboratorio de redes en la universidad. Con esa experiencia de “manos en la masa”, de entender por qué una conexión funciona y otra no, encaró su doctorado (que realizó en Canadá), con una pregunta que, desde entonces, guía su especialidad: las comunicaciones en movimiento. “Investigo y trabajo para lograr que distintos dispositivos, como autos o bicicletas, mantengan una conexión y transmitan información, a pesar de estar en movimiento y de todas las interferencias que eso implique”. En la jerga, Céspedes se dedica a las “comunicaciones multisalto”, que, por ejemplo, consisten en conectar automóviles para que cada uno de ellos también se convierta en un access point, es decir, en un punto con conectividad propia a internet. En términos de marketing, trabaja en internet de las cosas, ese concepto que se repite cada vez más para decirnos que ya no estamos conectados solo los usuarios a la Red, sino también los objetos que nos rodean.
“Cuando estás en la calle o tenés una conexión compartida, van cambiando las IP y se te rompe la comunicación. Yo trabajo para mantener la conexión activa, construyendo distintos intermediarios fijos en el medio de manera de poder redireccionar el tráfico a partir de ellos”, cuenta Sandra Céspedes, que está comenzando a desarrollar estas investigaciones en un grupo dedicado al tema que está conformando la IETF: “Sistemas de transporte inteligente”. También, forma parte del Grupo de Mujeres de la IETF, que busca que los grupos de trabajo vayan aumentando su liderazgo femenino.
El de Céspedes no es un tema menor: si todos los objetos y las personas van a estar conectados, el problema será reducir los obstáculos entre ellos, hacer que esas líneas de puntos imaginarias que van de un lado a otro no se crucen o se corten en su camino. La ingeniera, apasionada de las lecturas con historia y política (García Márquez en Colombia y Roberto Ampuero en Chile), trabaja actualmente en dos aplicaciones concretas de su especialidad. La primera, un proyecto de bicicletas inteligentes, que permite que cada vehículo esté conectado y reciba información coordinada para ajustar su velocidad de acuerdo con lo que decide el líder del grupo. “Se utiliza para entrenamientos, pero también para ciudades con alto porcentaje de bicicletas, para que los conductores puedan recibir información de conglomeraciones de tránsito y elegir mejor su camino. El desafío es que esta información llegue de manera táctil, ya que no se puede molestar ni la vista ni el oído de los ciclistas que están manejando”.
La segunda aplicación en la que trabaja hoy es un sistema por el cual los medidores de electricidad de las casas o los edificios puedan transmitir el consumo diario o mensual a un centro de recepción de la información, sin necesidad de que una persona deba ir casa por casa recabando los datos. En ella, claro, se vislumbra una de las contradicciones futuras de internet de las cosas: si los propios objetos harán algunos trabajos de los hombres, el trabajo tal como lo conocemos también cambiará.