Aaron Swartz era un activista de la web y se suicidó luego de sufrir el acoso de la Justicia de los Estados Unidos. La nueva etapa en la lucha por mantener libre la información.
Publicada en Brando, abril de 2013.
Por Natalia Zuazo
Lo último que escribió Aaron Swartz en su blog fue sobre la trilogía de Batman de Christopher Nolan. Lo obsesionaba cómo se gana la batalla contra los malos en un mundo que cambió su visión esperanzada del progreso (ya no hay pleno empleo, ni lucha contra la injusticia), pero donde la ética sigue siendo la puerta que siempre se rompe para abusar de otros. Algo lo volvía loco (a él, y a Harvey Dent, el fiscal aliado de Batman): ¿qué reglas podemos romper entonces nosotros, el 99% restante, para defendernos? ¿Hasta dónde llegar? Al final, Aaron lo escribe: “Dent decide que la única forma de ganar es ir a lo grande, a lo realmente grande. No le importa romper las reglas, mientras solucione el problema”.
Cuatro meses después, en su departamento de Brooklyn, Aaron Swartz –un genio programador desde niño, activista de internet y de libertades políticas- se suicidó. Tenía 26 años, una Mac Book Pro, una novia, una colección de remeras que usaba como trajes … y una causa judicial que lo enfrentaba a 4 millones de dólares en multas y 50 años de prisión, acusado de bajar millones de artículos académicos y revistas de la base de datos JSTOR, desde uno de los edificios del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), con una computadora camuflada dentro de un mueble y su cara escondida en un casco de bicicleta. El día de su muerte, el 11 de enero de 2013, se cumplían dos años desde que lo habían arrestado en las afueras del MIT, con una laptop y algunos discos duros que supuestamente tenían los archivos. Swartz los devolvió, prometió no publicar nada, y JSTOR decidió no presentar cargos. Pero el MIT -yendo en contra su historia de conocimientos e innovación- decidió las acusaciones, que encontraron en la fiscal federal de Boston Carmen Ortiz (una hija de inmigrantes puertorriqueños designada por Barack Obama) una aliada para ir con todo contra Aaron: la Ley de Fraude y Abuso Computarizado (CFAA), de 1984, creada para perseguir a personas que roban secretos de sistemas de gobiernos o instituciones financieras. Ortiz fue feroz: lo acusó de 13 delitos y lo amenazó con una pena de prisión peor a la que se aplica a violadores y pedófilos.
No era la primera vez que Aaron sentía que el poder se le venía encima. Su vida había sido desafiarlo y él era eso: un hombre contra el poder. “La muerte de Aaron no es solamente una tragedia personal. Es el producto de un sistema judicial donde reinan las intimidaciones y los excesos. Las decisiones de los funcionarios de la fiscalía de Massachusetts y del MIT contribuyeron a su muerte”, dijo su familia en un comunicado. Y todos coincidían: no se trataba de un nerd encerrado en un mundo de computadoras desafiando la tecnología, ni derrotar las leyes contra la piratería (cosa que también hacía); su juego era el grande, el de cambiar, desde la tecnología, el reparto del mundo. Se lo había dicho a un amigo en el 2011, los días de la lucha contra SOPA y PIPA: “No me importan las leyes de copyright. Por ahí vos tenés razón, por ahí Hollywood tiene razón, pero no voy a perder mi tiempo luchando contra una cosa tan pequeña. La salud, la reforma del sistema financiero, esos son los temas”. Y lo había escrito en 2008, en su Manifiesto de la Guerrilla por el Libre Acceso: “Compartir no es inmoral, sino un imperativo moral. Sólo aquellos que se mueven por la codicia le impedirían a un amigo copiar algo. Pero claramente las corporaciones están ciegas de codicia. Las leyes con las que operan lo requieren. Y los políticos los apoyan, dándoles las leyes para que ellos decidan quién puede compartir. Y no hay justicia en seguir las leyes si son injustas. Hay que seguir la gran tradición de la desobediencia civil y declarar nuestra oposición a este robo privado de la cultura pública”.
A los 14 años, Swartz ya trabajaba con eso en mente. Era un genio, pero un genio en favor de obras que rompían barreras para liberar conocimientos. A esa edad creó el RSS 1.0, a base de lo que luego serían los formatos para compartir contenidos en la red, sin tener que acceder página por página a los contenidos. Por esa contribución, pasó a formar parte de la W3C (Word Wide Web Consortium, dirigida por el creador de la Web Tim Berners-Lee) y de otros grupos que sentaron las bases de internet tal como la conocemos hoy. (Parece lejano y técnico, pero si la Web hoy es algo fácil de usar y aprender, fue gracias a estos progresos). También tenemos que agradecerle a Swartz por el Markdown, un lenguaje que pasa textos al formato HTML (el lenguaje con el que se construyen las páginas web) sin necesidad de ser programador. (Sí: son esas combinaciones de símbolos muy simples que usamos al escribir en cualquier blog y hacen que todo quede “lindo” sin haber aprendido a programar). También fue uno de los mentores del primer boceto de la Licencia Creative Commons, bajo el cual hoy se publican millones de obras todos los días, desde textos hasta fotos y videos, que pueden compartirse gratis con quien quiera usarlas. Y fue el director de la Open Library, una gran wiki de todas las bibliotecas, usuarios y libreros del planeta, para que todos puedan leer lo que quieran. Y en el medio, en 2006, ayudó a crear Reddit, uno de los sitios más populares de la historia de internet, donde los usuarios van dejando links, otros usuarios comentan, todos comparten. Reddit fue un éxito y se vendió a Condé Nast -la empresa dueña de la famosa revista Wired- por una fortuna. Aaron pudo haber sido otra rica tecno celebridad de Sillicon Valley, comprarse una mansión como Kim Dot Com y sacar sus sillones blancos a su playa privada, o fundar su mega empresa como Steve Jobs y llevarla a cotizar en el Nasdaq. Pero no lo hizo. Swartz siguió con lo suyo: molestar al poder.
Pero claro, el poder también se cansa. Y empieza a ir contra vos, cada vez más fuerte, hasta hacerte caer. “Aaron fue empujado hasta el borde del abismo por algo que sólo se puede calificar como bullying en una sociedad decente”, escribió Larry Lessig, abogado y académico, director del Centro de Ética de la Universidad de Harvard. Y cuando eso pasa, hasta los que se presentaban como tus amigos, como los más modernos de la cuadra, también pueden ponerse en la fila para hacerte caer. Eso fue lo que hicieron algunas autoridades del MIT, cuna histórica de hackers e innovación. “Cuando yo estaba en el MIT, si alguien hackeaba el sistema, era un héroe, le daban un título, y fundaba una empresa. Pero con Aaron llamaron a la policía. A la policía.”, escribió Brewster Khale, un egresado de la universidad, fundador de la biblioteca Internet Archive. Tras Khale, algunos columnistas tecnológicos se preguntaron algo tan lógico como incómodo: ¿qué hubiera pasado si, a los 20, alguien se hubiera puesto a perseguir a Steve Jobs o Bill Gates si rompían alguna regla para innovar?
Aaron también se iba cansando. Y lo contaba en su blog, donde describía sus depresiones que iban y venían, y hasta había hablado de la idea del suicidio, un tiempo antes de uno de sus primeros grandes enfrentamientos con la Justicia. En 2008, Aaron se había embarcado en un proyecto de hacktivismo para liberar todos los archivos de la historia legal del país, entrando al sistema de los Tribunales de todo Estados Unidos: PACER. Su idea era que todos los abogados pudieran acceder y contribuir a esa base de datos, de la cual llegó a liberar un 20%. “Fue en ese momento donde Aaron se unió a otro tipo de activismo: el que reconoce que escribir y hacer campañas no van a lograr ningún cambio en las instituciones poderosas”: así lo describió Ryan Singel, un ex editor de Wired que siguió los pasos de Swartz. Según el periodista, desde ese punto, Aaron y sus enemigos supieron que pasaban a una lucha verdadera, esa donde intervienen jueces, abogados, poder real, no una idea linda por la que luchar. En esos años, WikiLeaks también estaba naciendo públicamente. Y el destino de su fundador, Julian Assange, también se encontraría con Aaron Swartz.
Días después de la muerte de Swartz, y rompiendo una de sus reglas (no revelar sus fuentes) WikiLeaks admitió que el activista había digo uno de los informantes de la organización. Unas semanas después, su líder Julian Assange, desde su asilo político en la embajada de Ecuador en Londres, anunció la creación del Partido WikiLeaks y su intención de presentarse a senador en Australia. La jugada de Assange, además, permitiría que si logra la banca el Departamento de Justicia de Estados Unidos y el gobierno británico desistan de la investigación en su contra por revelar documentos secretos de ambos Estados. Con esta maniobra, el líder de WikiLeaks entraría “al sistema” para anular sus juicios, un camino que no todos aceptan en el movimiento del hacktivismo, pero que algunos grupos están comenzando a tomar como camino frente a Estados que están comenzando a perseguirlos con leyes y proyectos cada vez más planificados.
¿Será esa la forma de romper “ir a lo grande”? ¿Será que dentro del sistema se puede cambiar el sistema? Es el gran y viejo dilema: revolución o reformismo. Para Danah Boyd, investigadora de la Universidad de Nueva York, se trata de algo así. De alejar al hacktivismo de la imagen heroica de los mártires que se enfrentan a Estados que finalmente los aplastan y, en cambio, construir movimientos colectivos que lleven a los cambios. “Lo de Aaron no fue un caso de hackers y tecnología, ni de justicia ni de seguridad nacional. Fue un tema de poder”, dice Boyd. “En los últimos años, los hackers y los geeks desafiaron el statu quo. Pero no hay mucho más que ganar reviviendo el juego del nosotros-versus-ellos. Nadie gana alimentando a más cowboys geeks mientras se tiran contra el poder. Lo que va a hacer la diferencia es trabajar con otros. No sólo hackeando, sino construyendo”. La tragedia de Aaron, para Boyd, “debería ayudar a una reflexión muy seria de la comunidad acerca de las tácticas del activismo y los geeks para combatir los abusos de poder”.
Pasada la conmoción en la comunidad online, tal vez el recuerdo de las acciones de Aaron Swartz sea el impulso de los que vienen para hacer eso grande, realmente grande, que es unirse para defender a la Web como un tesoro que si deja de ser público dejará de ser la Web y será una corporación más.