Escribí 2 capítulos más (que terminaron siendo 4). Son el centro del libro: la historia política de internet desde la Guerra Fría hasta Snowden, y a partir de allí las guerras de internet, los conflictos que se pelean y lo que se combatirá en el futuro. Historia, ingenieros, espías, diplomacia, activistas, leyes, medios, derechos.
Aunque sigue siendo mucho trabajo, el libro ya es parte de mi vida: lo entiendo, le doy su tiempo, lo hago avanzar para contar y luego lo corrijo para hacerlo más lindo o para convencer. Pero, en este último mes, se sumó un factor nuevo, que siempre existió, pero que ahora se presentó con la fuerza de una tormenta que, mientras navegás atento, puede darte vuelta el barco. Se llama coyuntura, lo imprevisible, o simplemente estar escribiendo un libro periodístico necesario. Sí: porque si este libro no fuera necesario, estas noticias no estarían sucediendo. Por eso, la tormenta es una buena noticia. Porque me demuestra -otra vez- que este libro es imprescindible. Por eso, primero es el pánico. Pero segundo, la calma de saberse en el camino correcto. Si les pasa, juro que es positivo. Significa que se metieron en el lío correcto.
Este mes, cuando ya había partes fundamentales del libro cerradas y listas para publicar, pasaron cosas. La más importante fue la presentación del proyecto Argentina Digital por parte de la Secretaría de Comunicaciones de Argentina en el Congreso. “Cuarenta años con la misma ley, y justo vienen a cambiarla ahora”, dije cuando me enteré, como todos, el 29 de octubre. Una vez más, la sorpresa como marca del gobierno kirchnernista se presentó en escena, solo que esta vez tocaba por todos lados mi trabajo. El día anterior había sucedido otro hecho relevante para mi investigación: la Corte Suprema argentina había dictado su fallo por el caso Belén Rodríguez, sentando una posición distinta a las norteamericanas y europeas en materia de responsabilidad de intermediarios de internet, como señaló en un excelente análisis Eleonora Rabinovich. También, se presentó un proyecto de ley donde diputados oficialistas, con la intención de evitar discursos discriminadores, proponen la intervención o bloqueo de sitios, blogs, y espacios digitales, lo cual sería un antecedente grave y violatorio de convenciones de derechos humanos (y principios básicos de libertad de expresión). Finalmente, justo la mañana que estaba comenzando con la escritura del apartado de neutralidad de la Red de mi libro, la misma y exacta mañana, recibo una alerta (tengo, por supuesto, alertas para los temas de mi interés, entre ellos neutralidad), con una bomba más: el Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se había pronunciado a favor de proteger la neutralidad de la Red. Con esto, la disputa entre privados (telcos, cableras, empresas de contenidos) y el Estado norteamericano (especialmente en la figura de la FCC), sumaba a la disputa una opinión de enorme peso, nada menos que la del “líder del mundo libre” (sí: es una cita irónica a Fitz, el Presidente de Scandal, una de mis series favoritas).
¡Aaaaaaaaaaaaaagggggggghhhhhh! Así suena cuando pasan estas cosas en medio de la escritura. Sobre todo cuando modifican los temas sobre los que uno está escribiendo. ¿Qué hacer?
Confiar en el oficio – Siempre se puede agarrar con fuerza el timón y volver a navegar (con más fuerza, eso es seguro). ¿Pero cómo? Hay una cosa que garantiza mucha tranquilidad: si venís siguiendo un tema, si ese es realmente tu tema (y no uno prestado, un encargo, uno de moda que te cayó), siempre estás en ventaja. Porque conocés a los protagonistas, entendés cabalmente el conflicto, tenés tus fuentes que te van a contar qué está pasando, tus otras fuentes que te van a ayudar a pensar por qué pasó. El periodista que conoce el contexto es el mejor preparado para navegar en medio de la coyuntura. El periodista que está informado le gana a todos. El oficio siempre le gana a la novedad. Por eso es tan importante no dejar de leer ni estar atento un solo día. Es agotador, pero es fundamental. Porque cuando la bomba cae, el terreno es otro: no rompe todo, a lo sumo abolla, y todo el bagaje de información anterior te permite ser un chapista artesano, arreglar el crater, y seguir adelante.
Hacerse amigo del cambio – Muchas veces, cuando la noticia inesperada sucede, las cosas salen mejor. ¿Por qué? Porque te hace ir a fondo, te da más razones para decir lo que venías diciendo. Te confirma tus hipótesis. Esa fue otra felicidad de las bombas que cayeron estos días: todas confirmaron mi camino, todas me vienen a dar la razón.
Ser valiente – Las tormentas te mojan, te desestabilizan, pero si sos el sueño de tu barco, o un capitán muy decidido, al final salís mojado pero mejor que si te hubiera tocado un día con el mejor clima. Esta semana alguien me dijo que le gustaba mi entusiasmo con este libro. Y yo me di cuenta que el entusiasmo viene de ahí: de ver las tormentas pasar y al principio temerles un poco cuando las veo de frente, pero saber que las voy a ir a pasar por el medio, siempre. Es como cuando te enseñan a tirarte de cabeza en la pileta. Nunca, ni siquiera después de muchos años de nadar, te deja de dar un poco de miedo. Pero una vez que aprendiste, sabés que nada grave te puede pasar. Que siempre es más segura el agua cuando sabés nadar que quedarte sequito en la orilla mientras a otros les late un poco el corazón de miedo, pero ya están adentro del agua viendo cómo salir.