Jaron Lanier viene del mejor planeta para acercar la tecnología a todos: no es ni un utópico ni un anarquista. Sabe de computadoras y código, pero eso no lo convierte en un ermitaño paranoico. Sabe y es parte del negocio de la tecnología y el entretenimiento, pero eso no lo transforma en un optimista furioso que consume todo lo nuevo como sinónimo de bueno. Además de conocer cómo funcionan los aparatos, Lanier sabe de música, de arte, de escribir, de ganar plata (participó en la creación de empresas tech), de inventar cosas (la Enciclopedia Británica lo incluyó en la lista de los trescientos inventores más importantes de la historia) y de enseñar en la facultad. Ya lo había demostrado en su exitoso libro “No somos computadoras: Un manifiesto”, una obra adelantada cuando la publicó en 2010 y nada fácil de leer, pero a la que había que acercarse porque sabíamos que allí había ideas que nos conducirían a entender el mundo. Ahora, con“¿Quién controla el futuro?” (cuya traducción al español acaba de editar en Argentina editorial Debate), vuelve a escribir una obra inmensa, que parece de tecnología, pero es acerca de los lugares que ella ocupa y transforma: el trabajo, la creatividad, el dinero, la política, lo cotidiano.
A Lanier siempre hay que agradecerle que escribe con la libertad de un filósofo, sobre temas que viene pensando hace mucho, y los entrecruza con generosidad para que otros se sumen a pensarlos. No le importa quedarse en la descripción de la tecnología, sino comprender quién la hace y qué consecuencias tiene, no sólo hoy sino ayer y mañana. “¿Quién controla el futuro?” es el máximo ejemplo de eso. Lanier habla del presente y del futuro, lo cual implica que necesariamente tenga que analizar el pasado, hablar de política, y de amor.
Lanier asalta el problema de los datos: ¿A quién se los estamos dando, en forma de enormes recopilaciones de información sobre nuestras vidas, costumbres, formas de consumir y pensar? Se los estamos dando a grandes corporaciones. Pero no porque seamos tontos, aclara. Es obvio que Google nos da beneficios a los usuarios. Sin embargo, ¿conocemos nosotros cuál es su modelo de negocios? Para Lanier, se trata de “los servidores sirena”, en referencia al mito griego de Ulises. En su interpretación moderna, nosotros, cautivados por todos los problemas que nos resuelven las grandes empresas de tecnología (comunicarnos, calcular la distancia de un viaje, encontrar cualquier dato con un clic, comprar, encontrar novio, que miren nuestra foto), silenciamos nuestros oídos a las advertencias sobre las consecuencias de confiar todas nuestras acciones a unos pocos grandes. Y ssí, cuanto más problemas nos resuelven estas Sirenas (Google, Facebook, Amazon, Netflix), nos vamos atando cada vez más a su poder, sin preguntarnos qué ganan ellos a cambio.
Navegando en este mar, esas pocas compañías “se quedan con toda la información posible y utilizan computadoras muy poderosas para obtener beneficios gigantes”. La fórmula nos deja contentos a todos: les damos nuestros datos para que nos den sus servicios, y no nos cobran nada a cambio. Sin embargo, la realidad es que nuestros datos tienen un gran valor, que sí se traduce en dinero, desde que Google es la empresa de publicidad más grande del mundo, seguida por Facebook, que también segmenta cada bit de información que le damos en su gran maquinaria de big data para luego ofrecernos exactamente lo que necesitamos. El problema es que gran parte de este proceso no es conocido por todos, dice Lanier. Y que las empresas sirena siempre ganan, con muy poco riesgo. Como manejan una infinita cantidad de detalles de nuestras vidas, sus negocios son a pérdida cero: tienen tanto en que apoyarse para tomar decisiones que, por ejemplo, no corren el riesgo de las empresas tradicionales. Una compañía de seguros, o un negocio de ropa, por ejemplo, nunca tienen todos los datos necesarios para asegurarse el éxito. Pero los grandes de la tecnología sí: tienen cada dato, en tiempo real, de cada persona del mundo, con su sexo, edad, país, religión, preferencia política, marca de zapatillas que busca, libros que compra online, películas que ve a la noche, entradas que compra para el cine del fin de semana. ¡Fabuloso! ¡En el futuro no habrá riesgos para invertir! Bueno… es un modelo que funciona a corto plazo, dice Lanier. Pero, en el largo plazo, advierte que estamos generando una concentración sin precedentes en el mercado de la tecnología. ¿Podremos escapar? La respuesta es que como la tecnología es cada vez más ubicua y se entremezcla en cada parte de la vida, no podremos escapar de ella, y por lo tanto, tampoco de las empresas que la controlan. Si a eso le sumamos que Google, Apple y demás tienen planes para abarcar cada aspecto de la vida, desde fabricar autos, relojes y drones, hasta predecir enfermedades a partir de lo que tipeamos en su buscador, el panorama es asfixiante.
Para Lanier, las consecuencias de darle a unas pocas compañías el control de nuestro futuro no son sólo tecnológicas, sino políticas y sociales. Porque estas empresas están comenzando a abarcar negocios que hasta ahora se veían repartiendo una serie de empresas diversas. Es cierto: las corporaciones cada vez integran más etapas del negocio en un mismo “dueño”. Pero todavía existen automotrices para fabricar autos, editoriales para los libros, farmacéuticas para los remedios, textiles para la ropa. ¿Pero qué ocurrirá si unos pocos hacen todo? Si Facebook, además de una red social, se convierte en el proveedor de conectividad a internet. Si Google, además de los mapas de las rutas, fabrica los autos. Si Netflix, además de distribuir las películas, las produce, pero además mide lo que la gente quiere, y sólo produce lo que cada uno consume hoy. ¿Y la innovación? ¿Y los inventos del futuro?
La visión liberal del mundo dirá que es el libre mercado, el darwinismo de los negocios, donde el que tiene la idea y el capital es el que avanza y gana.Se llama capitalismo, un sistema que siempre le dio a una casta de privilegiados el monopolio de un orden, las ganancias extraordinaria del mundo. Pero en este modelo, donde las empresas de tecnologías nos “dan gratis” para construir con nuestros datos los nuevos monopolios, el mundo está ayudando masivamente, aceptando esta concentración. La decisión individual, de cada clic en el teléfono, se está convirtiendo en un grano de arena para un futuro problema colectivo.
¿Quién controla el futuro? Nadie. Pero también nosotros. En la segunda parte del libro, Lanier retoma la idea del futuro como algo no coherente, de un destino que nos será difícil interpretar, y por lo tanto, vivir. Eso, dice, puede ser un problema, pero también una forma de pensarnos de nuevo para ver dónde nos ubicamos. Advertencia: la segunda parte del libro es una montaña rusa. Si se suben a ella, tendrán que cuestionarse su trabajo, cómo se lo toman, hasta dónde quieren llegar, pero también hasta dónde están dispuestos a hacerlo sin perder la humanidad. Como todo camino filosófico, es hermoso. Por eso su obra es fascinante. Lanier dice: “La gente podría fusionarse con las máquinas y llegar a ser inmortal. Es determinismo tecnológico. (…) Mi opinión es que las personas siguen siendo las protagonistas. La tecnología no es realmente autónoma. En la era de las redes, las personas se esfuerzan por aproximarse a los servidores sirena para disfrutar de poder y riqueza, o bien hacen algo distinto y caen en una relativa pobreza e irrelevancia. En nuestra época existe tanto orden como cualquier otra”.
Una verdad tan antigua como real: “O te sumás al rebaño y te creés que sos el mejor, o te apartás del rebaño y te creés el más chiquito del mundo”. La diferencia es que en la era de los “servidores sirena”, que todo lo acaparan, salirse de ese camino es cada vez más caro. La necesidad de éxito es cada vez más importante, porque también las vidrieras para mostrarlo son cada vez más públicas. Todos podemos poner en nuestro Linkedin que somos los mega top super managers del gran big project de la gran compañía, hacer una campaña de marketing y mostrarlo al mundo.Todos lo van a saber, si estamos en el lugar adecuado, es decir, si los servidores sirena nos enfocan con sus luces. Por eso encandilan tanto hoy los logros de la tecnología y los medios.
Pero… ¿y después? Después es hoy, y es la vida. Ayer fue la televisión, antes la radio, y hoy son Google y Facebook. Los servidores sirenas siempre estuvieron allí, con distintos nombres, y antes -eso sí- fueron más pequeños. Ahora, que son omnipresentes, que están en cada lugar donde hay conexión a internet (es decir, en todos), ¿no se trata de lo mismo? ¿No se trata de mantenerse al margen de ellos, para seguir siendo nosotros? Cuando queramos, claro. Cuando decidamos que no todo es el éxito, dejar nuestros valores de lado para escalar un peldaño de popularidad más, cuando queramos volver a la vida contemplativa del ninja para recargar la cabeza de imágenes. Lanier lo hace. Cada tanto, vuelve a la música. No tiene redes sociales. Pero tampoco es un ermitaño. Cada tanto, vuelve a Stanford, se acerca a las sirenas, al mundo que analiza y a veces critica.
Por eso sigue siendo Lanier. Porque sabe que las sirenas son peligrosas. Y como lo sabe, se aleja de ellas. Porque las sirenas atrapan, tan lindas, tan eficientes, tan como la tecnología que todo lo puede.