Microsoft y el monopolio del conocimiento: ¿Para qué sistema educar?

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Neil le responde a Laura, su agente de prensa, sin dejar de correr. “Sí, un gran anuncio, prensa internacional, el uno a uno con la corresponsal del Post”. Desde la ventana del wellness center en el piso 17 del Hotel Porta Fira, un rascacielos premiado, forjado con tubos de aluminio bordó diseñado por el japonés Toyo Ito, su vista baja. Los primeros empleados del World Mobile Congress van ocupando sus puestos. “Un nuevo día en la frontera digital” dice un cartel de neón que flota en el primero de los cinco pabellones de la gran feria de tecnología del mundo. Neil baja de la cinta y toma un baño de hielo energizante en el spa. Sube a su suite elegance de quinientos sesenta euros la noche y coloca una cápsula en la máquina de café. Elige un look casual de jean y saco a medida. Es un nuevo día para vender soluciones, crecimiento y prosperidad. Veinticuatro horas más donde la riqueza de su compañía crecerá.

Camino al lobby, le aprieta la mano a Cameron, uno de los CEO con quienes cenó anoche. Repasan el fantástico menú mediterráneo de doscientos euros y esas botellas de Rioja premiadas con las que cerraron un día de deals de seis cifras, speed meetings y keynotes de amigos y competidores. Lo pasaron bien. El aire nocturno de Barcelona en el momento más cosmopolita del año -cuando la ciudad recibe a los cien mil asistentes a la gran feria de la innovación- los animó a subir el tono y gritar sus logros mientras alzaban la mano para llamar a un taxi de regreso al hotel.

No se pueden quejar. Están en una industria privilegiada: la tecnología. Venden futuro. Y vender futuro –siempre- es negocio.

—¿Me permite su tarjeta? Muchas gracias, que tenga un buen día.

Para ingresar al gran congreso de la tecnología se necesita un chip. A la entrada, en cada stand con cafeteras Nespresso y en cada sala de reuniones con sillones Van der Rohe, el camino de los asistentes queda registrado. Al terminar la feria, cada marca tendrá registrado en su base de datos en qué producto se interesaron los funcionarios de gobierno, qué novedades quisieron ver los periodistas y qué jefe de la competencia puso un pie en su pabellón. Así es el business as usual: todos aceptan las reglas. La diferencia la hacen los que venden más, los que encuentran el argumento novedoso para hacer que lo viejo parezca nuevo o quienes convencen a otros de que si no invierten en lo nuevo quedarán fuera del mundo.

“Innovación” es la palabra mágica del año. Es el abre puertas que todos pronuncian y quieren escuchar. Su hechizo es tan grande que se puede combinar con cualquiera de los productos del mercado. “Innovación e invención. La pareja perfecta”. “5G e internet de las cosas, de la mano, para el crecimiento innovador”. “Monetización digital, éxito comercial. Muévase hacia adelante e innove”.  “Confíe en nosotros para innovar. El cien por ciento de las compañías Fortune 500 lo hace”.

Las mujeres de la feria, en su mayoría promotoras que visten uniforme y sirven café, sonríen y extienden los brazos con folletos en los livings alfombrados. Los hombres, seducidos por sus caderas apretadas en polleras ceñidas, se acercan y tienden su mano a las novedades de la revolución tecnológica. Ceden sus tarjetas al lector de chip. Ya están dentro. Ya pueden conocer lo nuevo.

El capitalismo necesita la ilusión del progreso infinito para vender.

“Transformar industrias, empoderar a la gente, avanzar en la sociedad”. El cartel más grande de la feria no deja dudas: sucedió un siglo y medio atrás con la primera Revolución Industrial y ocurre hoy, con la Cuarta Revolución Industrial, los robots que ensamblan objetos a nuestro paso.

A fines del siglo XVIII y durante el siglo XIX, las grandes exposiciones universales demostraron el poderío imperialista con pabellones de hierro, máquinas, locomotoras y curiosidades etnográficas de las culturas dominadas. Las ferias, de París a Bruselas, de las dinastías de los Países Bajos a los pioneros del oro norteamericanos, sonaron bajo la sinfonía del optimismo. Hoy, la música positivista se repite en una nueva fiebre del oro tecnológica. La diferencia es que a las grandes ferias de la era industrial llegaban importantes masas de turistas y visitantes fascinados por la novedad. En nuestra era, a los mercados de la innovación los recorre un universo corporativo con base en Silicon Valley (o que admira ese punto del mundo), funcionarios dispuestos a comprar los nuevos adelantos y algunos periodistas-influencers invitados para multiplicar las virtudes del capitalismo tecnológico en las redes sociales.

Dentro de las ferias, hay solución para todo. Pero fuera de ellas los problemas no cambiaron tanto. Mucha gente trabaja mucho y gana poco. Los ricos son cada vez menos personas más acaudaladas. “Transformar la industria para que la sociedad avance” logró hacer progresar a pocos y estrechó lo que les queda a los otros.

La desigualdad es el gran mal de nuestra época tecnológica y conectada.

Los ocho hombres más ricos del planeta, dueños de igual riqueza que la mitad de la humanidad, podrían trasladarse cómodamente en dos autos. ¿Se expandió entonces el progreso hacia abajo (en la llamada “economía del derrame”) o sólo aceleró la concentración en una elite más reducida? La respuesta es clara: cada multimillonario del mundo necesitaría derrochar un millón de dólares al día durante 2.738 años para gastar toda su fortuna.

La relación entre la desigualdad y los dueños del Club de los Cinco de la tecnología es directa: ellos forman parte de esa elite. En favor de ellos, un liberal podría decir que si son dueños de una innovación que muchos quieren comprar, entonces merecen esa riqueza. Sin embargo, los millonarios del mundo no sólo acumulan la riqueza sino que esconden otra parte de ella a través de la evasión fiscal de las grandes multinacionales en paraísos fiscales[1]. La desigualdad podría reducirse devolviendo una parte de sus ganancias a la sociedad, pero cada año cien mil millones de dólares “se escapan” del sistema a través de este mecanismo. Con ese dinero se podrían financiar servicios educativos para los 124 millones de niños y niñas sin escolarizar o servicios sanitarios que podrían evitar la muerte de al menos seis millones de niños y niñas cada año.

¿Entonces transformar industrias para que la sociedad avance es sólo un slogan? Sí. Pero es algo más que eso. Es la forma de publicidad más estupenda en la que invierten los súper millonarios.

En Barcelona, la alfombra central del World Mobile Congress conduce a una enorme rueda de la fortuna.

En el centro, una frase: “Conectando a todos y a todo para un futuro mejor”. Sobre la rueda, diecisiete flechas, cada una con un ícono y un color: son los “17 Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS)” de las Naciones Unidas. Los visitantes de la feria pueden comprometerse con ellos a través de un juego para celulares que hace que el mundo sea más justo. En pantallas de alta resolución se ven mujeres negras que vacunan a sus hijos en el desierto, biólogos que reviven peces en los océanos y niños con ojos rasgados frente a sus maestras en aulas con pisos de tierra. Todos con tecnología. Sólo hay que sentirse inspirado por los videoclips en los que el cantante Chris Martin, el científico Stephen Hawking, el empresario Richard Branson, la actriz Meryl Streep o el cocinero Jamie Oliver nos invitan a bajarnos la aplicación y comprometernos con alguno de los objetivos: el fin de la pobreza, el hambre cero, la salud, la igualdad de género, el agua limpia, la energía no contaminante, el trabajo decente, la industria y la infraestructura, la reducción de la desigualdad, el consumo responsable, el clima, la vida submarina, la vida del ecosistema, la paz, las alianzas y la educación de calidad. Las promotoras nos llaman y nos invitan. “Puede comprometerse ya con uno de los objetivos y recibirá un pin para demostrar su compromiso”. En la aplicación, con la geolocalización activada, podemos elegir alguna iniciativa cercana a nuestra ubicación actual.

Listo. Ya podemos ayudar.

Bueno, no ahora, que estamos en la feria. Ahora está por hablar el próximo gurú, hay más novedad de internet de las cosas que visitar todavía y el tiempo es corto.

Los objetivos pueden quedar en un clic y una marca en el to do list para la vuelta a la oficina. Ahora es momento del show. Ahora se trata de ganar dinero. Es momento de la Now Economy, de otro negocio en el Startup Café. El secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, desde las pantallas del stand nos compromete a ayudar. Y nos aconseja que ante la duda elijamos primero la educación. “El desarrollo sostenible comienza por la educación”, dice en el led desde la Cumbre de Oslo de 2015. En ese año, cuando se fijaron los objetivos, solo el 2 por ciento de la ayuda humanitaria del mundo se destinaba a educar a los 800 millones de adultos analfabetos y los 60 millones de niños que no van a la escuela en el mundo.

Pero también hay otra opción. Tal vez se puede unir negocios con buenas intenciones. ¿Y si perseguir los ODS también nos asegura dinero? Tal vez comprometernos con la educación también nos pueda servir para eso. Si la tecnología es maravillosa, quizá ahora podamos hacerla también ética.

Las corporaciones tecnológicas ya lo están haciendo, basadas en un método de dos pasos. El primero, construir el consenso sobre el fracaso de la educación. El segundo, vender las herramientas para reemplazar lo viejo y conducirnos a la “Educación del Futuro”. Se trata de deshacerse de lo anterior y reemplazarlo por  solucionismo tecnológico, tal como llama el filósofo bielorruso Evgeny Morozov a la ideología que propone arreglar cualquier problema del mundo –la educación, la inseguridad, el hambre, la contaminación- por medio de estrategias digitales.

Quizá entonces lograremos lo que nadie pudo: hacer ético al capitalismo.

 

Programar el cambio

En 2010, Bill Gates, dueño de Microsoft y hombre más rico del mundo, produjo un documental. Se llama “Esperando a Superman” y tiene una premisa: los chicos entran al sistema escolar con sueños y la escuela los destruye. Los padres mandan a sus hijos a la escuela pública con fe en los maestros, pero los alumnos no aprenden porque las escuelas son “fábricas de abandono”.

—Te levantás cada día y sabés que los chicos están recibiendo una educación mediocre. No sólo lo pienso, sé que es así— dice Michelle Rhee, secretaria de Educación Pública de Washington.

El resto de la película sostiene esa idea: por más que tengamos una confianza heredada del pasado en el sistema de enseñanza, éste nos va a defraudar. La salida, entonces, es una sola: cambiar a los chicos a la escuela privada.

“La calidad de nuestro sistema educativo es lo que hizo grande a Estados Unidos. Ahora no es tan buena como lo era. Tiene que ser mucho mejor”, dijo Gates durante el estreno del documental dirigido por Davis Guggenheim, que antes había ganado un Oscar por “Una verdad incómoda”, la película sobre el calentamiento global con guion del ex vicepresidente Al Gore. En su documental Bill Gates refrenda uno de sus credos más repetidos: hay que eliminar la escuela pública. O privatizarla. O dejar sus paredes en pie pero manejarla como una empresa, privatizando cada uno de sus servicios. Su argumento es que los jóvenes estadounidenses viven en una potencia mundial que les augura oportunidades y sin embargo fracasan en los rankings de lengua y matemática. Que Estados Unidos ocupe el puesto 25 en las pruebas de desempeño educativo le resulta imperdonable. Por eso, piensa que no es extraño que los padres ya no confíen en las escuelas públicas. No es un problema de ellos ni de los niños, dice. El conflicto está en una institución que hay que reformar. El argumento remite a la idea del buen salvaje de Rousseau: la humanidad es buena, pero la civilización la pervierte, la limita, le impone rejas a su naturaleza. Para Gates, las rejas parecen estar en la escuela.

Para probar que el sistema no hace más que empeorar, el documental recurre a imágenes de archivo de todos los presidentes en sus discursos inaugurales, repitiendo casi las mismas palabras: “Yo seré el presidente de la educación”, “Me comprometo a mejorar las escuelas de este país”. Luego ofrece cifras de educación que muestran que desde la década de 1970 el país no dejó de invertir en el sistema público: de 4.300 a 9.000 dólares por estudiante. Aun así, el sistema no cesa en su fracaso, especialmente en las comunidades pobres, de menos ingresos, de población negra, de barrios con fábricas abandonadas. Entonces llegan los ejemplos conmovedores: una mamá que sostiene tres trabajos para pagar la educación privada de su hija con el sueño de que ella sí llegue a la universidad y no repita su camino de empleos precarizados e inestables, supuestamente causados por abandonar la escuela para salir a ganarse la vida.

En el mismo documental, aunque al pasar, se menciona la desigualdad: padres pobres que tuvieron que dejar la escuela se esfuerzan para que sus hijos no la dejen. Pero no saben si lo lograrán. También reconoce que ser docente es un acto de vocación, los salarios son malos y la valoración es mínima, sumado a que todos creen saber sobre educación pero pocos están dispuestos a hacerse cargo de un curso con más de treinta niños. ¿Es la escuela, entonces, el problema? ¿Hay que cambiarla? ¿Toda? Mientras, el sistema económico repite y profundiza las desigualdades con cada generación. Pero las preguntas no se responden y el mantra se repite: ¡Cambiemos la escuela! ¡Cambiémosla ya! Sino, esos chicos que hoy dejan la escuela serán los que mañana colapsen las cárceles y eso nos saldrá más caro (sí, el documental dice eso).

Sin embargo, mientras Microsoft desacredita a la educación pública, hace negocios con ella.

 

Criticar y negociar

La fortuna Bill Gates no se consolidó solamente convirtiendo a Windows en el sistema operativo monopólico del planeta. También creció haciendo negocios con la educación por medio de acuerdos con gobiernos a los que les vende soluciones tecnológicas con el lema “hay que cambiar la escuela”. El perfil público de William Henry Gates III (tal su nombre de linaje), nacido en Seattle en 1955, es el del empresario filántropo que preside la Fundación Bill y Melinda Gates, dedicada a “reequilibrar oportunidades en salud en las regiones menos favorecidas del mundo”. Con una fortuna que asciende a los 86 mil millones de dólares, desde 2008 Gates dedica sólo el 30 por ciento de su tiempo a los asuntos de la compañía (continua como Presidente Honorario) y el 70 por ciento restante lo destina a la filantropía, por la cual recibe premios y distinciones.

Fundada en 1975 por Bill Gates y Paul Allen, Microsoft tiene su sede en Redmond, Washington. El centro de su negocio fue el desarrollo, la producción y el licenciamiento del sistema operativo Windows y el paquete de programas Office, que usan el 90 por ciento de las computadoras del mundo. En este momento, más de 400 millones de equipos están corriendo Windows 10 en 192 países y más de 1.200 millones de personas están utilizando Microsoft Office en 140 países y 107 idiomas alrededor del mundo. El incremento de la venta de las licencias (el negocio de la empresa es patentar el software para que cada computadora que lo utilice tenga que pagar por él) fue en aumento: en 1985 el Windows 1.0 vendió 500 mil copias, diez años después el Windows 95 vendió 40 millones de copias en su primer año, cuando internet comenzaba a llegar masivamente a las casas de Estados Unidos y luego al mundo. En 2001, Windows XP produjo otro salto: vendió 210 millones de licencias en dos años y medio. Windows 10, la última versión, se instaló en 500 millones de dispositivos desde su lanzamiento en 2015.

El dominio de Microsoft en el mercado se volvió tan grande que desde 1991 está bajo la lupa de la ley, investigado por la Comisión Federal de Comercio y el Departamento de Justicia de Estados Unidos por prácticas monopólicas. En 1999, el juez Thomas Jackson concluyó que Microsoft tenía “una posición de monopolio” en el mercado de los sistemas operativos de ordenadores personales. En 2000, se dictó la escisión de Microsoft en dos unidades, una que produjera el sistema operativo y otra para fabricar los demás componentes de software. En 2008, el Tribunal General de la Unión Europea sancionó a la empresa por abuso de posición dominante con una pena primero de 860 millones de euros -la más alta de la historia impuesta a una sola compañía- y luego de 1600 millones de euros.

Pero no sólo los tribunales fallaron contra la empresa. Usuarios de todo el mundo presentaron demandas contra la compañía por obligarlos a usar sus productos. En 2015, la estadounidense Teri Goldstein le ganó a la compañía un juicio por diez mil dólares por recibir una actualización no solicitada de Windows 10, que causó errores y problemas de funcionamiento en su computadora. La corporación también fue denunciada por violaciones a la privacidad: en 2013

Edward Snowden demostró que la compañía colaboraba con agencias de inteligencia norteamericanas en programas de espionaje global como PRISM.

Mientras tanto, Microsoft se expandió a otros mercados, con canales de televisión por cable (MSNBC), portales de internet (MSN), la primera enciclopedia multimedia (Encarta, que se canceló al no poder competir con la libre Wikipedia), las consolas de juegos Xbox y el desarrollo de videojuegos (como Age of Empires y Halo), entre otros productos.  También adquirió Hotmail en 1997, Skype en 2011 y LinkedIn en 2016.

En 2014, casi llegando a su cumpleaños 40, Microsoft anunció su primer cuatrimestre con pérdidas en la historia.

Tras cuatro décadas de dominio, otros gigantes como Google, Facebook, Apple y Amazon se sumaban al podio de la tecnología. Entonces, Bill Gates y Paul Allen decidieron dar un golpe de timón y coronaron CEO a Satya Nadella, un ingeniero indio-estadounidense que había ingresado a la compañía en 1992. Nadella, convertido en el tercer jefe supremo de la compañía, la hizo renacer. Bajo su conducción, Microsoft está viviendo lo que algunos califican como un “milagro”. Los analistas lo atribuyen a su visión menos egocéntrica, más abierta y cooperativa, incluso en alianza con otras empresas de Silicon Valley.

La apertura no es casual. Es una estrategia bien pensada luego de la historia de conflictos por el comportamiento “pulpo” de la empresa. Además se trata de un plan de crecimiento que apunta a expandir los negocios de la empresa hacia “la nube”, el nuevo territorio a conquistar por los Cinco Gigantes de la Tecnología (junto con la internet de las cosas: conectar entre sí a todos los objetos posibles).

La cuenta de Microsoft es fácil: si las empresas que más facturan en el mundo de la tecnología venden búsquedas, películas, libros, música e interacciones en las redes sociales, entonces el objetivo será que todo eso quede almacenado en su nube. Es decir, en sus servidores. Así, todos le tendremos que pagar una cuota mensual de alquiler para no perder nuestra información. En concreto, su negocio apunta a que toda la información se aloje en Azure, el nombre de su producto de almacenamiento estrella (sus principales competidores son Amazon Web Services y Google Cloud Platform). Pero no sólo eso: Satya Nadella quiere que lo hagan todas las empresas, desde las que cotizan en bolsa hasta los pequeños negocios. Su razonamiento es: si antes vendíamos el sistema operativo del mundo, ahora vendamos la parcela de servidores que todos necesitarán para almacenar su información. Con esa visión, con el Office 365 orientado a resolver todas tareas del trabajo y con la compra de LinkedIn como fuente de información de las necesidades de las empresas, Nadella volvió a dar dividendos a la compañía.

Pero para que la ecuación cierre en los próximos cuarenta años, el CEO debe todavía asegurarse la conquista del territorio del futuro. Y la educación es la llave.

El dominio de Microsoft en la educación es poderoso y se expande.

En Estados Unidos, la empresa ya administra el sitio Teach.org (antes Teach.gov), que informa a los docentes del país sobre cómo gestionar exitosamente sus carreras, qué recursos elegir para la enseñanza y cómo convertirse en maestros innovadores (si es con los productos de la compañía, aún mejor).

En el mundo,  la compañía ofrece sus recursos para enseñanza a través de Microsoft Educación. Bajo el lema “Impulsando a cada estudiante para lograr más cosas”, su marketing se enfoca a alumnos, profesores y directores de escuela como primeros consumidores de sus productos. A ellos les ofrecen en forma gratuita el paquete Office 365 Education, pero primero deben registrar sus datos online, con lo que se convierten desde la escuela primaria en clientes de la empresa. Una vez registrados, forman parte de una base de datos en la que les ofrecen toda una gama de productos y servicios a través del Microsoft Store. Los chicos pueden hacer clic en “comprar ya” y llegar a las ofertas de tabletas con Windows 10, dispositivos Surface con lápices para dibujos y consolas Xbox con juegos.

Para los maestros, además del Office, la compañía ofrece cursos y certificaciones desde la primaria hasta la universidad y ofertas especiales como el TPACK (Conocimiento sobre contenido tecnológico-pedagógico) y el 21CDL (Diseño de aprendizaje del siglo XXI). El objetivo es que cualquier docente diseñe actividades mediadas por la tecnología, que empiezan en la utilización de sus programas. “Capacitamos a estudiantes y profesores para crear y compartir de una forma totalmente nueva, para enseñar y aprender mediante la exploración, para adaptarse a las necesidades individuales para que puedan hacer, diseñar, inventar y construir con la tecnología”, dicen en su página, donde también ofrecen usar su programa Skype para comunicarse entre las escuelas y narran las historias de los maestros, alumnos y escuelas más innovadoras del mundo. La innovación, otra vez, es la llave mágica para que todos sientan que necesitan sus productos.

Para lograrlo, sin embargo, no basta con el marketing. La compañía de Redmond precisa tejer alianzas con los gobiernos, especialmente con los ministerios de educación de cada país. Pero aunque en sus discursos Bill Gates proponga un modelo de enseñanza moderno y personalizado, basado en la creatividad de cada alumno, a todos les vende la misma solución: su software. Creado bajo la ideología de Silicon Valley, el centro tecnológico ubicado en la costa oeste de Estados Unidos.

Su fe es la de los individuos por sobre las sociedades. La de los emprendedores creativos por sobre los trabajadores de fábricas estandarizas. De startups más que de viejas filas de escritorios. A la hora de hacer dinero, Gates opta por la fórmula única y nada innovadora que usa desde hace 30 años: un paquete cerrados de productos que su empresa programa, cuyo código no se puede modificar y que requiere pagos periódicos de por vida para no volverse obsoletos. La idea del hazlo tú mismo queda entonces sólo en la retórica. En la práctica, su accionar no hace más que replicar la idea de vender la mayor cantidad de copias posible de su sus productos, dejando de lado las particularidades de sus consumidores.

También en su relación con los gobiernos la empresa de Bill Gates entra en contradicción. Según su ideología meritocrática, las personas son las protagonistas del progreso de los países, sin necesidad de recurrir al Estado para progresar. De acuerdo con su fe, si cada niño recibe una educación basada en la tecnología y la innovación desde el aula, luego podrá desarrollar sus mejores aptitudes para triunfar en la vida. Pero para vender esa tecnología, Microsoft necesita de los funcionarios para llegar a los maestros y a las escuelas.

Para lograrlo, Bill Gates recurre a la receta del solucionismo educativo, que sostiene que cualquiera puede ser un genio si es estimulado por la tecnología correcta -la suya- sin importar el contexto social, económico, cultural del que provenga. Así se vende Microsoft Education: como la herramienta imprescindible del futuro, una para todos, y la única imprescindible si queremos que nuestros hijos se transformen en los próximos empresarios exitosos del mundo.

En el camino, también resulta ideal tomar un curso por la meca de la innovación, en la Singularity University con sede en el Centro de investigación de la NASA, donde –según dice su misión institucional- se “educa e inspira a un grupo de dirigentes para comprender y facilitar el desarrollo exponencial de las tecnologías y promover, aplicar, orientar y guiar estas herramientas para resolver los grandes desafíos de la humanidad”. Allí, dicen quienes pasaron por sus aulas, se enseña “tecnología a lo bestia, inmensa ambición, idealismo y altruismo a raudales”[2], a pensar en “el futuro del futuro” y todas las variantes de la innovación, el emprendedorismo y la disrupción, otras palabras repetidas del vocabulario de los admiradores de Silicon Valley. El objetivo final es hackear, transformar en moderna, cualquier institución que tengamos cerca, desde la educación hasta la democracia. Incluso, hacer que las escuelas que funcionen desde apps, como “Ubers para la educación”.

Un ejemplo de ello es el modelo de Bridge International Academys, la mayor cadena de escuelas privadas low cost del mundo, financiadas por Bill Gates Investments, la Chan Zuckerberg Initiative (de la esposa del Fundador de Facebook), Omydiar (la fundación del creador de EBay), el Banco Mundial y los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña entre otros. Inauguradas en Kenia en 2009, la mayoría de ellas funcionan en África, en los países más pobres del mundo como Uganda, Nigeria, Liberia y la India. Su modelo son escuelas que enseñan los contenidos básicos mediante una tableta pre-cargada, previo pago de 24 dólares al año, que equivalen a un poco más de un tercio del ingreso anual per cápita de la región, lo cual las ha puesto en la mira de los críticos que señalan que son en realidad escuelas de baja calidad más que baratas.

Ciento cincuenta años después del colonialismo, la Fiebre del Oro se repite, esta vez en una carrera por no quedar atrás en la educación por el futuro. Un mundo civilizado debe educar a otro, todavía en la barbarie. Y su negocio es hacerlo de manera urgente.

 

Demoler y civilizar

El primer paso para apropiarse de un negocio es decir que lo anterior no funciona. Como sucede cuando se declara un “Estado fallido” y se hace una guerra para reemplazar a su presidente, con la educación el movimiento es idéntico. Para volverla una mercancía, primero hay que convencer a los padres y a los votantes de que ha perdido su valor civilizatorio pasado para convertirse en una fábrica de decepciones. Para ir contra la escuela, primero se dice que la escuela es una institución obsoleta. Segundo, se dice que en el mundo nuevo se necesita transformarla. ¿En qué? Eso no se discute demasiado. ¿Cómo? Eso sí se sabe: con tecnología.

Al igual que en el imperialismo, para que las corporaciones se queden con el negocio de la educación, se precisa un cambio que reemplace la barbarie con la civilización. Para justificarlo se dirá: “La escuela pública ya no es lo que era”. O, como dijo el Presidente argentino Mauricio Macri, que quienes llegan a ella sufren una “terrible inequidad”, ya que algunos niños pueden ir a una escuela privada, pero otros “tienen que caer en la escuela pública”. Detrás de esa frase se esconde otra idea: que convertir a la sociedad atrasada en una moderna necesita a la tecnología como un factor esencial.

Introducir “tecnología” (palabra que siempre puede ser reemplazada por “capitalismo”) en la escuela es fácil si se utilizan algunos argumentos falaces que parecen irrefutables. Disfrazados de sentido común, sin evidencias sólidas que las justifiquen, estas coartadas avanzan como consensos aceptados. La educación es una práctica que requiere de conocimientos y estrategias específicas. Pero casi todos opinan de ella porque “alguna vez todos fuimos a la escuela”, o a la universidad, o porque tenemos hijos o sobrinos en edad escolar. Los países, las sociedades, los niveles educativos, las asignaturas son distintas y requieren soluciones diferentes. Sin embargo, para todas ellas el consenso es que se necesita lo mismo: cambio, innovación, tecnología.

El primer argumento se expresa así: “La educación es la base del trabajo futuro”. Pero es falaz porque la educación podrá preparar el trabajo pero jamás podrá crear el trabajo que no existe. Y es parcial porque formar para el trabajo no es la única función de la educación.

Se dice que como no sabemos de qué trabajarán los chicos en quince años porque algunas de esas profesiones ni siquiera existen, entonces hoy debemos enseñar “lo nuevo”. No importa de qué se trate con exactitud. Pero seguro incluye a alguna nueva tecnología. Esteban Bullrich, ex ministro de Educación de la Argentina, explica esa idea: “Hay dos modelos: seguir mejorando un auto de los años 70 o saltar a una nave espacial. A una revolución educativa. Los niños de nuestro país y el mundo van a tener a lo largo de su vida siete empleos diferentes, de los cuales cinco no han sido creados. Tenemos que educar para que esos niños y niñas sean los que creen esos empleos –como Marcos Galperín- o crear argentinos que sean capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla”.

El segundo argumento afirma: “Los chicos hoy no aprenden porque se aburren”. Su falacia se basa en una generalización. Algunos chicos, en algunos momentos y en algunas escuelas, se aburren. Algunos no aprenden tanto como desearíamos.

Según esta idea el mundo fuera de las aulas cambió, tiene más pantallas, juegos, incentivos visuales. Así lo explica el emprendedor tecnológico Santiago Bilinkis: “Si el sistema educativo no adopta herramientas que cautiven el interés y la atención de los alumnos, incorporar computadoras al aula no servirá de mucho. ¿Qué es lo que va a funcionar? Es difícil saberlo. Me gusta pensar en un aula sin carpetas ni cuadernos, que incorpore en el centro de la experiencia educativa la multisensorialidad, la inmersividad e incluso la competencia presente en los videojuegos”. De acuerdo con este razonamiento, si dentro de la escuela los chicos no encuentran esos mismos estímulos que en el mundo de las computadoras lo que hagan en ella será deficiente.

¿Por qué la escuela debería repetir el modelo del mercado? Muchas cosas fuera de la escuela se aprenden por inmersión, por ejemplo en el cine o en la televisión. ¿La escuela no sería el lugar para analizar o para complementar otros aprendizajes sociales?

“Se enseña como hace cien años”, se dice, sin especificar. Es otra falacia de generalización. Algunas cosas se enseñan como hace un siglo, pero otras han cambiado. Pero ante ese problema, los defensores de la escuela del futuro proponen una única solución: “La escuela tiene que innovar”. Y la innovación tiene que ser a través de tecnología. Entrevistada por Anthony Salcito, Vicepresidente de Educación de Microsoft, Melina Ignazzi, profesora premiada por esa empresa, cuenta: “Me apasiona la innovación y la tecnología dentro del salón. Creo que la escuela como la conocemos el día de hoy se ha vuelto obsoleta. Los estudiantes ya no aprenden todo lo que necesitan para vivir en nuestra sociedad actual o en la que se aproxima. A la tecnología todavía la ven como una amenaza y como un sinónimo de distracción para los estudiantes. ¡Incluso la diversión es algo que a veces se ve como un enemigo!”.

La tercera es: “El progreso del futuro se basará en ser flexible”. Ya no se trata de saber mucho de algunas cosas, dicen los abanderados de la innovación. Se trata, al contrario, de adaptarse rápido a los cambios, incluso a la incertidumbre, y tener las herramientas necesarias para enfrentar lo que se presente cada día. ¿Matemáticas, Geografía, Historia? Eso ya no es útil, está en internet.

La consecuencia, entonces, es que no precisamos más aprender masivamente. Necesitamos una “educación personalizada”, conectada la necesidad de cada uno, con la tecnología como aliada fundamental, para desarrollar “nuestros propios proyectos”. Reid Hoffman, CEO de LinkedIn (parte del grupo Microsoft) lo explica: “Enseñarles hechos a los alumnos ya no es crítico en la era de internet. Todo eso está en los buscadores. Lo que importa es la habilidad de encontrarlo rápido en el teléfono celular y resolver qué es verdad entre la masa de información disponible en internet. Eso importa más que decir ‘oh, eso lo leí en este libro, lo voy a buscar ahora’”. Lo mismo sostiene el emprendedor Bilinkis: “Hoy estamos en una época en que todo lo que es puramente informativo se puede obtener en segundos en Wikipedia o en Google. Por lo tanto, no vale la pena memorizar datos, como la longitud total y el caudal de agua del Amazonas”.

En este último argumento, además de confundirse información con conocimiento, los innovadores se olvidan de que para los buenos educadores, lo importante nunca fue memorizar datos. También olvidan que esa misma idea ya se usó ante cada novedad: por ejemplo, hace cincuenta años, también se decía que en los manuales estaba la información.

Detrás de estos argumentos hay negocios. Las justificaciones no son más que argumentos de venta de las empresas de tecnología educativa[3].

Vender tecnología para las escuelas es asegurar un inmenso un negocio cautivo. El mercado es tan grande como todos los niños que ingresan año a año a las escuelas. Y contiene clientes para siempre. Si se fideliza con chicos que aprendan con una determinada tecnología desde el inicio de su trayectoria educativa, está casi garantizado que la seguirán comprando el resto de su vida. Por esa razón, empresas como Microsoft primero ofrecen sus paquetes de software por precios más bajos por alumno: porque captar a ese consumidor les dará una renta de por vida. Acceder a sus clientes a través de la escuela es hacerlo desde la legitimidad de una institución. Es decir, al mismo tiempo que la critican, sacan provecho de ella. La crítica se hace ética.

Pero además de generar ganancias hoy, introducir sus tecnologías en el aula es contar con instrumentos de medición del mercado laboral futuro, con detalles de usos y comportamientos al instante. Eso permite unir el mercado de la educación con el del trabajo, realizar seguimientos personalizados del tiempo que dedican a cada tarea o producto, hacer rankings de los mejores alumnos para seleccionarlos en universidades, y así cerrar el círculo de los servicios a las empresas. No casualmente Microsoft compró la red social laboral LinkedIn en 2016 por casi 27 mil millones de dólares.

La estrategia y las ganancias son inmensas. Por eso, llegar a los gobiernos es importante. Para ellos, como la educación siempre es una prioridad -al menos desde el discurso-, contar con las soluciones innovadoras de las empresas los ayuda a mostrar que están ocupándose del tema. Al mismo tiempo, cada vez que los gobiernos compran sus servicios, legitiman a las compañías de tecnología educativa frente a la sociedad. A través de alianzas de mutuo beneficio, regalos de licencias y capacitaciones o simplemente de lobby empresario a la vieja usanza, las corporaciones hacen el trabajo que mejor saben hacer. Business as usual.

Con la educación en permanente debate, con los medios también del lado de “nada funciona en las escuelas”, mostrar acción y cambios siempre garantiza una foto positiva. Al igual que con la seguridad (otro tema del que todos hablan y se piden soluciones urgentes), la respuesta tiene que ser inmediata. “Los chicos no pueden esperar”, argumentan los funcionarios. Así, las políticas de largo plazo (aunque el largo plazo signifique programas de dos o cinco años) se descartan y se reemplazan por productos que se renuevan en tiempos más parecidos a los de los lanzamientos comerciales. Y las empresas, siempre preparadas para ofrecer sus soluciones a partir de mañana, garantizan resultados inmediatos. Incluso están dispuestas a hacer ofrenda de sus servicios gratuitos durante los primeros años, para “ayudar a la sociedad”. La ganancia posterior siempre será mayor a la inversión inicial.

 

Empresas, fundaciones y gobiernos

Diego Bekerman es el General Manager de Microsoft para para Argentina y Uruguay. Se preparó toda su vida para esto. Hizo el secundario en la ORT, terminó Administración de Empresas en la UBA, fue a la Escuela de Negocios de la Universidad Austral y a la Escuela de Negocios Kellogg de la Northwestern University, cerca de Chicago. Es alto y sus ojos combinan con la camisa celeste. Llega sonriente y despojado de objetos a una sala de reuniones preparada para una entrevista en el edificio porteño de Microsoft en Retiro.

Bekerman dice exactamente lo que quiere decir. Se preparó para no equivocarse. Y lo logró. Tardó doce años desde que empezó a trabajar en Ventas de Microsoft hasta que llegó a su puesto actual, el máximo de la región. En el trayecto, aprendió cada detalle sobre la empresa. Aun así, hoy lo acompañan dos encargadas del área de prensa y un jefe de tecnología, que lo asisten cuando se olvida de algún detalle o dato reciente de la compañía. Pero Bekerman sabe tan bien lo que tiene que decir que podría estar solo. Sobre todo hoy, en 2017, con un presidente de Argentina que se reunió con el CEO de Microsoft en el Foro Económico de Davos apenas iniciado su mandato. Con él comparte la idea de un país liderado por emprendedores creativos que encuentren en la tecnología las herramientas para su progreso. Con Macri o con otros jefes de Estado, el mensaje de Microsoft es que queremos colaborar. Si la educación es una gran prioridad, nosotros nos ponemos a disposición”, señala el ejecutivo.

Orador destacado sobre los retos del futuro, a Bekerman le gusta hablar de la “revolución 4.0”, la Cuarta Revolución Industrial, definida por el fundador del Foro Económico Mundial Klaus Schwab como la de la era del conocimiento y la innovación. Señala cómo hacerlo: hay que “cerrar la brecha de habilidades digitales y preparar a los jóvenes para puestos de trabajos que hoy ni siquiera existen”. Su compañía, señala él, se está haciendo cargo de ese desafío: “En Latinoamérica ya invertimos 9 millones de dólares en iniciativas de nube, socios, desarrolladores, filantropía y educación, para ayudar a reducir la brecha de habilidades digitales con programas de entrenamiento gratuitos para cualquier persona que esté interesada en experiencias interactivas de aprendizaje”.

“Yo me declaro un eterno optimista”, sigue Bekerman, que admite que encuentra en la orientación pro-emprendedora del gobierno de Macri una oportunidad de crecimiento para su compañía, con 25 años en la Argentina. Nuestro objetivo es empoderar a cada individuo para lograr más a través de la tecnología. En el país, hemos ‘tocado’ a más de nueve millones de jóvenes para conseguir su primer empleo, colaborando con los gobiernos en la educación”. Sobre la cooperación que su empresa realiza especialmente con el ministerio de Educación y con la secretaría de la Juventud de la Argentina, dice: Acompañamos la misión del ministerio de Educación de entregar una educación pública gratuita, de mejor nivel, lograr una revolución educativa y ayudamos a que los chicos consigan un mejor empleo”. Microsoft colabora en la Argentina con programas como “Infinito por descubrir” y con la “Casa del futuro”, en los que ofrece sus contenidos online para que los chicos y jóvenes se entrenen en tecnologías. También ofrece contenidos a través de la Virtual Academy de Microsoft y realiza capacitaciones laborales en conjunto con la Universidad Tecnológica Nacional, la de La Plata y la Universidad de Buenos Aires.

En este punto, Bekerman habla de ayudar a los emprendedores y, al mismo tiempo, a los jóvenes a conseguir su primer trabajo. Emprender es iniciar una obra o un negocio y emplearse en una compañía es algo distinto. Sin embargo, para ambas opciones Microsoft tiene una solución.

La compañía también está involucrada en planes para que más chicos y chicas estudien ciencias duras, a través de sus propios programas o junto con la alianza code.org, a la que también contribuyen Google, el dueño de Amazon Jeff Bezos, la fundación Chan Zuckerberg de la esposa del fundador de Facebook, el fundador de Microsoft Steven Ballmer, el CEO de Dropbox Andrew Houston y el de LinkedIn Reid Hoffman, el fundador de Napster Sean Parker, la fundación Omydiar del fundador de EBay, los ex consultores de McKinsey Erica y Feroz Dewan, la compañía de inversiones BlackRock y la consultora PricewaterhouseCoopers, entre otros. Con esto, se evidencia un esquema que se repite en las iniciativas de la educación en tecnología: sus recursos se movilizan a través de ONG sustentadas por millonarios del mundo de la tecnología y vinculadas al mundo financiero, que luego establecen contratos con los ministerios de educación, juventud y trabajo de los países. El Estado y las fundaciones se unen para desplegar los conocimientos que ofrecen las mismas compañías de tecnología a las que luego les compraremos sus productos. Se convierte entonces en un vehículo de ellas que, si no establece metas políticas claras sobre los objetivos de las alianzas, termina siendo dirigido por los intereses privados y filantrópicos -no exentos de motivaciones políticas-.

 Además de estas alianzas mediante fundaciones a las que financia, Microsoft también trabaja directamente con planes del gobierno argentino, como “111 mil”, un programa nacional que comenzó en 2017 con el objetivo de formar en 4 años a 100 mil programadores, 10 mil profesionales y mil emprendedores para la industria informática, en convenio con 45 mil empresas del sector. La educación y el mundo del trabajo también se relacionan en estas iniciativas, aunque Bekerman no se anima a dar certezas acerca de cuál debe ser la mejor formación para los empleos del futuro: “Creo que nadie nos puede responder concretamente eso. Pero como país nos tenemos que anticipar y es importante que el gobierno invierta en educación para que todos los ciudadanos tengan acceso a las mejores herramientas”. De lo que sí está convencido el ejecutivo es de que la tecnología debe estar presente: “Vos podés ser el mejor community manager del mundo sentado desde una montaña en Tupungato, Mendoza, o desde donde quieras. Lo único que necesitás es una buena conexión. La tecnología democratiza”.

 

La alianza entre Microsoft y el gobierno argentino

—Si te digo que ya está todo arreglado, es porque está arreglado. ¡Ce-rra-do!

Una tarde de marzo de 2004, el profesor Diego Levis volvía a su casa en el tren Retiro-Tigre. Lo distrajo la voz estruendosa de un hombre de unos 30 años que hablaba por celular. Los dos de pie, cerca de la puerta, con el vagón colmado, lo primero que le molestó fue que no pudiera contener su vozarrón. Pero luego, cuando escuchó más en detalle la conversación, su molestia se transformó en espanto.

—Ya está el millón de dólares depositado en la cuenta de Nueva York. Decile a Bill que el Ministerio está listo para arrancar.

“Era un ejecutivo joven, de esos tiburones de la City que hablan sin prudencia de sus negociaciones por teléfono”, recuerda Levis, docente especialista en tecnologías educativas, que nunca imaginó que sería testigo de la conversación que revelaba un acercamiento secreto entre Microsoft y del Ministerio de Educación antes de salir a la luz. No sólo eso, sino que se enteraría de que un político argentino estaba recibiendo dinero de la empresa de Bill Gates para firmar un acuerdo con el Estado argentino. Tampoco imaginó que dos meses después, gracias a sus preguntas, se publicaría una gacetilla de prensa de la compañía de Gates donde anunciaba la firma de la “Alianza por la Educación”, con la que la compañía avanzaba país por país con convenios para que sus programas entraran en las escuelas.

Levis regresó a su casa se comunicó con Beatriz Busaniche, activista de la Fundación Vía Libre, a quien había conocido en la Cumbre de la Sociedad de la Información en Ginebra el año anterior y sabía de su interés en el tema.

—Bea, te digo que lo escuché claro. Incluso el tipo se bajó en la misma estación que yo y siguió dando detalles que confirmaron todo. Hay que hacer algo.

“Estábamos preocupados, así que lo primero que hice fue llamar a las dos partes para intentar confirmar la información. En Microsoft, con reticencias, me ratificaron la firma del acuerdo sin mayores detalles. Pero en el Ministerio lo negaron. La situación era confusa”, recuerda Levis, que luego de esa charla volvió a comunicarse con la Fundación Via Libre. “Con Beatriz escribimos mails y presentamos pedidos de informes y de acceso a la información al Ministerio de Educación para que confirmara o desmintiera el acuerdo oficialmente”.

Menos de una semana después, el 28 de marzo de 2004, se publicaba en el diario La Nación un comunicado de la empresa de Bill Gates adelantando el convenio con el Ministerio.

La cartera educativa siguió negando el acercamiento durante otros dos meses. Hasta que el 20 de mayo, el profesor Levis recibió una llamada en su casa de parte de un funcionario de Educación. “¿Qué es todo este quilombo que estás armando?, me dijo. Me resultó extraño, porque era alguien que me conocía, pero nunca se había comunicado conmigo hasta ese momento. Claramente, querían que dejáramos de hablar del tema”, relata el docente. “Al menos, por primera vez alguien me confirmaba que el acuerdo existía. Pero al consultarle de qué se trataba la alianza, mi interlocutor minimizó los alcances del mismo y me dijo que el ministro solo aceptaría firmar si el trato no representaba ningún gasto económico para el gobierno de la Nación. Las negociaciones van bien. Microsoft parece dispuesto a aceptar nuestras condiciones, me dijo”.

Al día siguiente, el 21 de mayo de 2004, la noticia finalmente se volvió realidad. A través del convenio 122/04, la Argentina se integraba formalmente a la lista de los “Partners in learning” de la empresa, como parte del Programa Alianza para la Educación de la empresa estadounidense.  Con el acuerdo, la compañía de Bill Gates se comprometía a aumentar el acceso a la tecnología a través de la donación de software a cinco millones de alumnos en los siguientes doce meses, además de premiar a los “mil docentes más innovadores en la integración de las tecnologías digitales en el ámbito escolar”. También contenía cláusulas de confidencialidad entre el gobierno y la corporación.

Con la confirmación oficial, la Fundación Vía Libre pidió una audiencia al ministro Daniel Filmus, quien los recibió en el Palacio Pizzurno junto con Alejandro Piscitelli, entonces gerente de Educ.ar, el portal educativo del Estado.

—A nosotros nos parece interesante obtener la capacitación gratuita por parte de Microsoft y capacitar a los docentes en las herramientas que van a tener que usar los chicos en el futuro. Es un tema de salida laboral. En todo caso, si ustedes pueden ofrecer lo mismo para otras herramientas de software libre, podemos pensar en incorporarlo— respondió el ministro Filmus.

La propuesta, por supuesto, no prosperó. Las otras organizaciones no podían ofrecer lo que Microsoft ya tenía preparado: un acuerdo semi legal por el cual regalaba copias “piratas” de sus programas al Ministerio, pero las hacía pasar por licencias oficiales y una capacitación de docentes en todo el país que ya había organizado con la Fundación Telar, que se encargaría de la gestión operativa.

Microsoft comenzaba su camino dentro del Estado argentino y con él se levantaban las voces en contra, como sucedía también y al mismo tiempo en Chile, donde académicos, activistas y periodistas denunciaban acuerdos similares de la compañía de Redmond en su rol “Madre Teresa de la tecnología”: capacitación “gratuita” y “para el progreso de la sociedad” a cambio de ir conectando a las escuelas del país a su software y capacitar a los docentes con sus herramientas. Es decir, ocupar mercado por mercado.

Levis y Busaniche denunciaron por escrito los riesgos del plan que, decían, “permitiría que una compañía privada, condenada judicialmente en varias ocasiones y países por prácticas abusivas, encare la formación de docentes y alumnos del sistema público de enseñanza, determinando los programas informáticos y las prácticas educativas más apropiadas para la inserción de las tecnologías de la información y la comunicación en las aulas del país”. También, escribieron distintas notas en páginas y blogs donde se preguntaban: “¿Resulta conveniente  para el futuro de la educación argentina utilizar  programas informáticos propietarios cuando existen alternativas mucho menos gravosas económica y culturalmente? Las consecuencias de la iniciativa de Microsoft no sólo implican cuestiones económicas y de soberanía cultural, sino que representan, lo cual es mucho más significativo, una verdadera hipoteca sobre el futuro de la educación argentina, lo que es decir sobre el futuro de nuestro país”.

Sin embargo, de allí en más, la cooperación entre el Estado y la empresa nunca cesó.

El 31 de marzo de 2005, el Ministerio de Economía y Producción de la Nación, junto a bancos oficiales y un grupo de más de 40 firmas –lideradas por Microsoft e Intel- anunciaron el lanzamiento del Programa “Mi PC”, un plan conjunto del sector público y privado destinado a disminuir la brecha digital. Hacia fines de ese mismo año, junto a Banco Río, Competir, Intel, Lenovo, Telefónica de Argentina y Universia, Microsoft participó del Programa “Mi primera laptop”. El mismo estaba orientado a facilitar la incorporación de la tecnología móvil y el acceso a contenidos educativos por parte de estudiantes y profesores de Educación Superior. Claudia Pitarch, por entonces Gerente de Educación de Microsoft Cono Sur, declaró sobre la acción: “Apostamos a la educación tecnológica para contribuir a la inclusión digital y al desarrollo económico y social de la Argentina. Es por esto que estamos orgullosos de ser parte de esta innovadora propuesta que facilita el acceso no sólo a la licencia original de nuestro producto más utilizado por los estudiantes universitarios, Microsoft Office, sino que también entrega un servicio de capacitación sin cargo”.

El 6 de abril de 2006, el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología, Educ.ar y el Programa “Alianza por la Educación” de Microsoft presentaron “Par@ Educar”, un espacio interactivo de capacitación dirigido a docentes de nivel medio y polimodal de todo el país. El objetivo de esta iniciativa era que 260 mil docentes del país pudieran acceder a contenidos de distintas materias básicas de la educación media y a un foro para intercambio de ideas y seguimiento conjunto de proyectos de enseñanza. Tres años después, en 2009, Microsoft presentó una iniciativa para -con una inversión a tres años- reducir la brecha digital en el país desarrollando el programa Acceso Tecnológico Educativo. El plan estaba destinado a que 300 mil alumnos de Universidades y Escuela Técnicas pudieran mejorar sus investigaciones.

Pero a medida que la compañía de Redmond avanzaba en sus alianzas, había otro tema central que resolver, que empezó a sonar en los pasillos de los funcionarios. Sin un acceso masivo a las computadoras en las escuelas, no se podía seguir creciendo. Ni para el Ministerio de Educación se hacía posible llegar a planes de alfabetización digital a todas las escuelas ni para las compañías tecnológicas seguir vendiendo sus programas si la mayoría de los alumnos no contaban con el hardware mínimo para operarlos.

 

Achicar la brecha digital

En 2005, durante la Cumbre de la Sociedad de la Información de Túnez, se anunció el proyecto Una computadora por Niño (OLPC, por One Laptop Per Child, sus siglas en inglés). El plan, con el liderazgo inicial de Nicholas Negroponte del MIT, proponía que cada niño del mundo tuviera acceso a una computadora personal, como primer y esencial paso para reducir la brecha digital. Las máquinas eran de bajo costo (100 dólares), pequeñas y portables, con carcazas verdes y una equis fucsia. Equipadas con software libre (GNU/Linux) se podían conectar por internet a wifi y entre sí en red.

Desde el comienzo del programa, sus creadores explicaron que su objetivo era político-educativo. A partir de esa idea establecieron cinco principios que tenía que seguir cualquier gobierno que quisiera implementar un plan OLPC: que los chicos pudieran llevar la computadora libremente adonde quisieran (al parque, la biblioteca o la casa, para también impactar sobre la educación digital de las familias), empezar con la entrega desde los seis a doce años (para convertirse en un incentivo contra la deserción escolar), que la computadora fuera personal (para que cada alumno se sintiera dueño de ella, decidiera cómo usarla y acceder al conocimiento), que las máquinas tuvieran conectividad a internet y que el software de base fuera libre y abierto (para permitir a los chicos modificarlo, adaptarlo, y no sólo aprender a utilizarlo, sino también crear sus propias versiones).

En 2017 Uruguay fue el primer país del mundo en adoptar un programa OLPC masivo, a través del Plan Ceibal. De paseo por la Ciudad Vieja de Montevideo, un barrio gris y avejentado, las netbooks verdes de los chicos sentados en los portales de los conventillos se veían a lo lejos, repetidas en cada cuadra durante la tarde, a la salida de la escuela. Mientras tanto, la Argentina se debatía a qué proveedor comprar las máquinas y la decisión se retrasaba. La opción de las computadoras verdes se desechó. Intel propuso que el Estado comprara su modelo Classmate, también diseñado para escuelas.

Finalmente, el 6 de abril de 2010, durante el gobierno de Cristina Kirchner, se inició el programa Conectar Igualdad en todo el país. Lanzada en el escenario del Teatro Nacional Cervantes, la iniciativa comprendía la entrega de 3 millones de computadoras portátiles durante el período 2010-2012 a alumnos y docentes de educación secundaria de escuelas públicas, de educación especial y de institutos de formación docente de todo el país. El plan se implementó en forma conjunta entre la Presidencia de la Nación, el Ministerio de Educación de la Nación, el Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios, la Administración Nacional de Seguridad Social (Anses) y la Jefatura de Gabinete de Ministros. Los 4 mil millones de pesos invertidos a nivel nacional fueron provistos íntegramente por el Estado nacional.

Luego de negociaciones difíciles por definir su sistema operativo, las netbooks de Conectar Igualdad siguieron un modelo parcialmente diferente al OLPC. Además del sistema operativo libre Ubuntu también tenían la opción de iniciarse con Windows, permitiendo la elección (o doble booteo) por parte de los alumnos o los maestros. Richard Stallman, referente del movimiento del software libre, calificó al programa Nacional como “Conectar a maldad” y al Plan Sarmiento -que entregaba computadoras en la Ciudad de Buenos Aires- como “Plan Esclavizarmiento”. Conocido por su postura radical en el tema, durante una visita a Buenos Aires explicó su rechazo: “Todos los políticos honestos deberían condenar este trabajo con Microsoft. Me parece que no hay total conciencia de eso. Hoy en día cuando una escuela pública piensa enseñar con software libre no tiene la opción porque entran las netbooks con Windows. Una maestra me dijo que al llegar netbooks con Windows, se les complica usar la otra opción. Los chicos a los que les gusta el software libre se ven exigidos por los maestros a usar Windows en la clase. Si alguien borra Windows de la máquina lo reprimen”.

El poder de Microsoft también penetró a través de la capacitación a los docentes bajo distintos formatos, por ejemplo con jornadas como “Abriendo caminos en la educación de hoy”, organizada por la empresa y realizada el 22 de marzo de 2012, donde participó “Escuelas por la innovación” como parte de Conectar Igualdad. También, mantuvo su relación en los llamados a licitaciones. Por ejemplo, en enero de 2010, el texto de la licitación establecía: “El Gobierno Nacional ha suscrito con la empresa Microsoft su adhesión al Programa MSIS de Microsoft. Los Oferentes podrán cotizar en sus propuestas licencias bajo el Programa Microsoft Student Innovation Suite (MSIS), como parte de la solución requerida”. Se incorporaban así los paquetes de Learning Essentials, Windows Live y Office en los equipos distribuidos con el Plan Conectar Igualdad.

Durante el desarrollo del programa, Microsoft intentó, en más de una oportunidad, incrementar el precio de sus licencias por computadora. En uno de los casos, el planteo fue llevarlas de tres a dieciocho dólares por alumno. Pero no sólo Microsoft buscó incrementar su renta. La empresa Intel, que domina el mercado de procesadores para computadoras, también conocida por enfrentar juicios y fallos judiciales en la Unión Europea por abuso de su posición dominante de mercado, presionó a los responsables del programa para convertirse en la única empresa del sector elegida para las máquinas escolares.

En 2012, a dos años del lanzamiento de Conectar Igualdad, la doctora en educación Silvina Gvirtz asumió como Directora Ejecutiva del programa. En la Conferencia Internacional el Software Libre de ese año, anunció que en 2013 las computadoras del programa sumarían como sistema operativo alternativo a Windows el sistema operativo libre Huayra, una distribución de Linux desarrollada especialmente en Argentina para las máquinas del plan educativo. Los activistas del movimiento por el software libre tomaron a la incorporación de Huayra como otra oportunidad para llegar al objetivo de que las máquinas prescindieran definitivamente de Windows.

Para Silvina Gvirtz -hoy a cargo de la cartera educativa de La Matanza, el municipio más grande de la provincia de Buenos Aires- la incorporación de Huayra permitió defender una postura de mayor soberanía frente a las grandes corporaciones tecnológicas. Sostiene que la mejor decisión fue mantener ambos sistemas. “La alfabetización digital implica que los chicos puedan utilizar la tecnología, pero que también la puedan producir y entender en su carga político-ideológica. Comprender que la tecnología no es neutra”, dice. “No tenemos que enseñar solamente a utilizar tecnología, sino también a crearla. Hay que enseñar programación en las escuelas, un discurso que todos repiten, pero que requiere una planificación compleja y a largo plazo. Y creo que se tienen que usar los programas de Office y los de software libre al mismo tiempo, y que los chicos entiendan qué implica cada uno de los sistemas”.

—Pero desde las empresas tecnológicas se dice que no es necesario enseñar a construir las herramientas sino a usarlas porque la información está en internet.

—Claro, pero hay encuestas que muestran que los chicos piensan que toda la información que está en la web es necesariamente verdadera. Los criterios de verdad y mentira hay que trabajarlos en la escuela. Si no, ¿cómo se elige? En internet puede haber informaciones contradictorias. Por ejemplo, probemos qué nos dice Google si le preguntamos beneficios del azúcar. La respuesta depende de  quién la responda. Podés llegar a encontrar que comiendo azúcar vas a ser Superman.

A partir de este tipo de desafíos, en 2012 se creó en el ministerio de Educación el Plan Nacional Integral de Educación Digital (PLANIED), para desarrollar y coordinar los contenidos educativos que se enseñarían con ayuda de la tecnología. El Plan resultaba clave, ya que se trataba de que los especialistas en educación definieran los objetivos y las propuestas pedagógicas, y no las empresas de tecnología a través de paquetes de contenidos pre-armados para los alumnos de cualquier lugar del mundo. Se había avanzado varios pasos.

—Sin embargo, desde los medios se criticó Conectar Igualdad diciendo que no había generado mayores resultados que llevar la alfabetización a los hogares, pero no mejorado el “rendimiento” educativo.  

—Eso fue malicioso. Fomentar la alfabetización digital en los hogares ya es, en sí mismo, un logro increíble. En 2012, recuerdo haber ido a entregar netbooks a Santa Fe y encontrar una chica llorando y pidiéndole a la directora si le podía prender la máquina porque nunca había visto una. También recuerdo una reunión de madres y padres, con sus hijos, donde una de las chicas le decía a la mamá que le iba a prestar la computadora si esa noche le hacía fideos. O un grupo de siete hermanos en San Pedro, todos pidiéndole al mayor usar la netbook y él diciéndoles que lo iba a hacer de a uno así les enseñaba a cada uno cómo usarla.

Para Gvirtz, y para los especialistas en educación, el acceso a la tecnología es la base de cualquier innovación en la educación tecnológica. Por eso, advierte que cuando se plantean cambios radicales o revoluciones educativas, se corre el riesgo de construir sistemas elitistas. “Hay que tener cuidado. Una cosa es innovar y otra realizar un cambio total del sistema. Yo prefiero hablar de mejoras. No se puede construir todo desde cero. Hay que ver qué hacemos bien y a partir de allí avanzar. Desarrollar planes nacionales de inclusión educativa como Conectar Igualdad es un gran logro. La calidad educativa no es sólo el lugar del ranking donde quedaste en las pruebas PISA. También es cuántos chicos están incluidos en el sistema. Sino, podrás tener buenos números, pero una educación elitista. Calidad también significa que los chicos permanezcan en la escuela”.

Hasta noviembre de 2015, un mes antes del cambio de gobierno de Cristina Kirchner por el de Mauricio Macri, Conectar Igualdad había logrado efectivamente la masividad. Con más de cinco millones de computadoras entregadas en más de 12 mil escuelas, uno de cada dos chicos entre 5 y 17 años había estudiado con una máquina del plan antes de ingresar a la universidad. Más del 60 por ciento de las escuelas del país habían recibido los beneficios del plan. Mientras tanto, había comenzado a avanzar en el Plan de Inclusión Educativa y, en conjunto con la Fundación Sadosky, se había desarrollado los primeros programas y cursos Program.AR para la enseñanza de programación en las escuelas desde una perspectiva integral, que enseñaba la asignatura en profundidad, más allá de las necesidades del mercado.

Sin embargo, con la llegada de la nueva administración presidencial de Macri a la Argentina, los programas parecían ser de muy largo plazo para la revolución educativa inmediata que el mercado esperaba. Los planes se aceleraron. La Cuarta Revolución industrial se impuso como el horizonte a alcanzar, aun con el riesgo de dejar a una parte de los estudiantes fuera de la meta, es decir, cambiando la meta misma.

 

Negociar el futuro

A menos de un mes de asumir la Presidencia, en enero de 2016 Mauricio  Macri viajó al foro económico de Davos, donde volvió a estrechar la relación que ya lo unía con Microsoft, en una reunión con su CEO, Satya Nadella. Su partido, el PRO, había comenzado la relación con Microsoft en 2013 cuando el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires ingresó a la Alianza por la Educación promovida por la empresa de Bill Gates y firmado en Argentina por Andrés Ibarra (entonces ministro de Modernización de la Ciudad de Buenos Aires y hoy en ese cargo a nivel nacional). El ingeniero Nadella le ofreció a su colega, el ingeniero Macri, sumarse al programa Shape The Future, uno de los nuevos nombres con el que la compañía agrupa las iniciativas para el mundo de la educación y el trabajo.

Según señala Microsoft en sus comunicados de prensa –escuetos y de difícil acceso- sus programas permiten a los gobiernos ahorrar en capacitación docente a través de los programas gratuitos que ofrece la empresa para “empoderar la forma de enseñar y aprender”. “El cambio está sucediendo rápido” y está “cambiando la cara de la educación tal como la conocíamos”, dicen en sus folletos informativos destinados a que los gobiernos incorporen sus planes para que sus maestros le enseñen a los alumnos lo que necesitan para no quedar relegados en la revolución digital. “Micrososft Office es el único paquete de software que aparece entre las veinte herramientas requeridas para avanzar rápidamente y tener posiciones con altos salarios”, explican.

Mientras el gobierno de Cambiemos refrendaba su alianza con Gates, el Presidente Macri ratificaba que el Programa Conectar Igualdad continuaría, durante un acto de entrega de aulas digitales del Plan Primaria Digital realizado en la localidad bonaerense de Merlo. “Vamos a seguir con Conectar Igualdad, que es un programa que está bien”, decía. Sin embargo, una semana antes, en el ministerio de Educación se había iniciado el despido de más de setenta personas del equipo central del Programa, entre ellas quienes coordinaban las capacitaciones, reparaciones de computadoras y producción de contenidos para las netbooks. Durante 2016 y 2017, la entrega de computadoras previstas tuvo dificultades, con quejas y pedidos de información pública de municipios y provincias. También, se interrumpieron durante meses las reparaciones de las computadoras entregadas los años anteriores. Mientras tanto, el ministro de Educación Bullrich determinó que serían las provincias las encargadas de continuar el programa, siempre que tuvieran voluntad y presupuesto para hacerlo.

Durante la gestión de Macri, el ministerio de Educación consolidó los programas cortos de formación tecnológica, especialmente destinados al trabajo, en conjunto con Microsoft y varias ONG. En el caso del plan Rad.ar, por ejemplo, se busca que estudiantes universitarios de informática capaciten a personas que buscan trabajo con las herramientas informáticas que requiere el mercado. Los propios responsables de los programas promueven una formación tecnológica de acuerdo a este objetivo: “En muchos países se ve la expansión de una formación basada en competencias más que en títulos formales y certificaciones. El mismo fenómeno ocurre en el reclutamiento de las empresas”, según escribió Gabriel Sánchez Zinny, durante su gestión como director ejecutivo del Instituto Nacional de Educación Tecnológica (INET), antes de ser promovido a ministro de Educación de la provincia de Buenos Aires. Sánchez Zinny citaba al norteamericano Ryan Craig, fundador de University Investments, una empresa de educación para el mundo del trabajo, para justificar una reforma educativa orientada a ofrecer títulos cortos orientados a los pedidos de las corporaciones: “Cerrar la brecha de capacidades, terminando la monocultura de los títulos, tanto desde la educación como desde la empresa, promoviendo una cultura de estudios más cortos, respetados y caminos menos costosos hacia empleos de valor agregado, es el desafío de nuestros tiempo”.

La idea de la educación como un costo más que como una inversión volvió a imponerse en la Argentina. La incorporación de empresas y ONGs para tercerizar en ellas la formación tecnológica y educativa en general se volvió La regla. Las mismas empresas que antes vendían productos, ahora también comenzaron a determinar las políticas.

 

Políticas, no productos

Al avance reciente de la tecnología como solución para cualquier problema de la educación (en Argentina y en el mundo) se remonta a una historia de treinta años de políticas y acuerdos que fueron construyendo la idea de la escuela como otro mercado-shopping donde se pueden comprar y vender mercancías.

El rubro educativo mueve cinco mil millones de dólares al año en el mundo, y crece exponencialmente, mientras se van privatizando cada una de sus “áreas” de negocios”: desde la venta de textos escolares (que lleva décadas) hasta contratación privadas de empresas de capacitación docente y la compra de equipamientos para convertir en “inteligentes” a aulas y escuelas. Esto sin contar la educación superior o universitaria, un mercado que alcanza casi 32 mil millones de dólares al año.

La pedagoga argentina Adriana Puiggrós lo explica: “El mercado avanzó sobre los consensos internacionales derivados de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en los cuales la educación había quedado establecida como un derecho. Desde el punto de vista del negocio de la educación, la tecnología es vista como una posibilidad de sustituir a la escuela y a los maestros por diversos programas que ya venden masivamente empresas, ONG y fundaciones a nivel internacional”. Y agrega: “Desde fines de los años 80, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, así como el Club de París y los más importantes bancos privados europeos, se introdujeron en el campo de la educación latinoamericana con préstamos acompañados de directivas formuladas de manera taxativa en relación a la reforma de los sistemas escolares y las universidades. Eficiencia, eficacia, equidad, accountability, management, arancelamiento, tercerización, evaluación, fueron algunos de los términos que sustituyeron a la “educación común”, la igualdad de derechos, la democracia educativa, la educación pública”, dice Puiggrós.

En la base de estos movimientos, el solucionismo educativo tiene sus raíces en ideas que parecen nuevas: hackear la educación, docentes innovadores, clases gamificadas (que empleen juegos), escuelas disruptivas. Sin embargo, también detrás de estos productos no hay novedad, sino que, al contrario, esconden viejas formas de profundizar desigualdades sociales. La que permanece en todas ellas es que debemos volver a una educación básica para la mayoría de los chicos y que sólo quienes tengan más recursos podrán profundizar en su formación.

Mirta Castedo es Doctora en Educación y antes fue maestra de grado. Trabaja como docente e investigadora en la Universidad Nacional de La Plata. Formó a miles de docentes en Argentina y América Latina. Para ella, el discurso de la innovación no es nuevo en la historia de la educación y se repite con diferentes formas y excusas a través de los años.

Castedo cuestiona los argumentos falaces del solucionismo educativo. Para ella, una educación sustentable a largo plazo, capaz incluso de adaptarse a los cambios, no supone tomar atajos. Tampoco es un camino interminable. “Lo corto y lo inmediato es lo que no sirve. Si el trabajo cambiará, nuestra formación tiene que haber sido relativamente larga y sólida para ser capaces de rehacernos. Tenemos que entender las disciplinas, sus lógicas, sus tradiciones. Si hacemos eso, seremos capaces de entender cualquier trabajo”. Desde su perspectiva, cuando se propone que la información está en internet y por lo tanto solo debemos aprender a usar los programas para buscarla, nos ponemos en peligro. La idea de aprender menos para llegar más rápido a la meta de conseguir trabajo implica una trampa. “Volver a lo básico es un principio de la derecha. Supone un reduccionismo. Significa que tenemos que enseñar pocas herramientas para la mayor cantidad de gente. Lo que oculta esa ideología es que eso básico es lo que le tocaría a los niños pobres. Y para los privilegiados, los que quieren llegar a CEOs, se deben enseñar otras cosas, las innovaciones”.

—¿Cuál sería una idea más igualitaria de la educación, entonces?

—Creo que democratizar es profundizar en lo fundamental, que no es lo mismo que en lo básico. Al contrario de recortar, hay que ir a los núcleos duros de las teorías y de las disciplinas. En vez de apurarse para adaptarse al cambio hay que detenerse. Escribir bien un texto, leer sopesando interpretaciones alternativas, comprender relaciones entre conceptos, etcétera, siempre supone profundizar. Eso significa ver un problema desde diferentes ángulos al mismo tiempo, entender qué actores intervienen, cómo lo piensa cada uno hoy y cómo lo pensaba ayer. También supone discutir interpretaciones. ¿Cómo vamos a diferenciar entre la verdad y la mentira sobre lo que encontramos en Google si no comprendemos cómo piensan unos actores frente a otros? No sólo existen verdades y mentiras, también existen puntos de vista, que no necesariamente son mentiras. Y formas de pensar de otros tiempos que fueron avances en sus momentos.

—Pero se dice que en la era de internet la información sobra.  

—El problema no es la información, sino la puesta en relación de las informaciones. Esas relaciones son complejas y no se aprenden a través de las máquinas, sino a través de la interacción con otros seres humanos, que también están intentando establecer relaciones. Para entender lo que sucede hoy, tenemos que entender el saber acumulado y cómo dialogamos con las generaciones anteriores. Sin eso, la información se reduce sólo a piezas sueltas de un rompecabezas que no se puede amar.

—Dicen que como no sabemos qué se necesitará para los trabajos de mañana, entonces tenemos que cambiar la educación hoy.

—Con más razón, hay que profundizar en los núcleos. Entender la matemática para aprender a programar, pero en cualquier lenguaje, no en el que quiera hoy el mercado, porque eso cambia. Y porque además, si no sabemos qué trabajos van a existir en el futuro, ¿cómo podríamos conocer hoy qué enseñar para mañana? El mercado de la educación siempre pide innovar, pero detrás de eso muchas veces se esconde fidelizar nuevos mercados con nuevos productos.

El Club de los Cinco no solo acumula más dinero sino también datos, desde la escuela hasta el mercado de trabajo. Mientras Silicon Valley alerta sobre la automatización de nuestras vidas que nos llevará a quedarnos sin trabajo, nos prepara para usar sus productos. Allí no hay de qué culparlos: ese es su trabajo. Hacer negocios. Business as usual.

Cuando la tecnología se presenta en las gacetillas de sus corporaciones como maravillosa, los mercados se van transformando. Educar se convierte en enseñar a usar un producto. Eso significa ganancias para una empresa, o para varias, pero pocas, que ofrecen las mismas soluciones a todos. En el camino, se pierde de vista la política para tomar las decisiones. Los funcionarios y algunos especialistas –responsables de pensar qué conviene a sus ciudadanos- se transforman en compradores de solucionismo educativo.

Tal vez seamos nosotros quienes tengamos que cambiar de tema, o pedirles a nuestros gobiernos que lo hagan. Para eso, tendremos que reclamar que seamos nosotros, el 99 por ciento, los que pensemos nuestra sociedad. Pero eso también requiere una organización de nuestra parte, capaz de ser tolerantes de nuestro lado con las diferencias y con los procesos. Las soluciones no inmediatas pero profundas siempre requieren tiempo, aproximaciones sucesivas, aprender de los errores.

Si no somos capaces de demandar esas respuestas, pero además de pensar a largo plazo, en la inmediatez las empresas seguirán ocupando el mercado con sus productos hechos para no distinguir la diversidad, pensados por ese pequeño 1 por ciento restante que hoy define las políticas, bajo pretexto de la innovación.

 

[1] Ver desarrollo de este tema en el Capítulo 5.

[2] En palabras del ingeniero español, ex alumno y consultor en innovación Juan Martínez Barea.

[3] Además de Microsoft, otros grandes vendedores de tecnología educativa son Pearson, Google, Banco Santander, etcétera. Y fundaciones y empresas que venden servicios educativos como GEM, Junior Achievement, Teach for America, Educar y Crecer.

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